Lorena Becerra, reconocida investigadora de la opinión pública, independiente y crítica del gobierno (casi opositora), en la tertulia de esta semana de Latinus (medio nada complaciente) sostuvo que el 66 por ciento de la población afirma que puede ahorrar o llegar a fin de mes sin grandes dificultades, mientras que antes, el 56 por ciento de la población tenía dificultades para llegar a la quincena. “Eso sí hace que apruebes a un mandatario”.
En política no hay una variable que explique todo, aunque esta percepción sí es una variable independiente en la ecuación de la opinión de la población sobre su gobierno.
La calidad de la democracia depende, por supuesto, de cómo la titular del Ejecutivo ejerza el poder, qué tanto la acompañe la mayoría de su partido de origen (veremos el impacto en las decisiones de su Consejo) o los partidos de su coalición, tanto como de la calidad de la oposición, de la percepción, expectativas y valores de la población y del nivel del debate (calidad de la élite cultural y de la deliberación) que desembocarán, irremediablemente, en una futura reforma político-electoral.
La democracia no ha muerto. Ni en la Francia en la que Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa y del Nuevo Frente Popular, derrotó al partido Renacimiento de Emmanuel Macron para salvarnos de la ultraderecha, pero como estrategia del presidente para no tener que cohabitar con una izquierda unida, promovió que gobierne François Bayrou.
Tampoco ha muerto en la Italia de Giorgia Meloni, jefa de gobierno concebida a sí misma como una conservadora posfascista, contraria a cualquier política de igualdad e inclusión, quien anunció que promoverá una reforma constitucional para impulsar el presidencialismo en Italia. Ha expresado su admiración por Benito Mussolini y por Giorgio Almirante (propagandista del fascismo italiano). Euroescéptica y con posiciones cercanas a la ultraderecha mundial.
En España, la derecha del Partido Popular y la extrema de Vox anunciaron la muerte de la democracia cuando Pedro Sánchez tuvo que negociar una amnistía para los independentistas catalanes como condición para formar gobierno. Ahora que tienen que aumentar el gasto militar por las presiones de Trump a la OTAN y a Europa, su coalición se desgasta y el apagón de 9 horas exacerba las contradicciones del gobierno del PSOE y su socio SUMAR.
Ya no digamos en Estados Unidos, donde si bien prevalecen todavía las instituciones, Trump y la oligarquía que lo acompaña mantienen una estrategia de acoso y derribo sobre ellas y sobre todo lo que suene a derechos y libertades. No ha muerto, pero está herida, aunque aún sin la gravedad de los países en los que está en coma inducido. Nicaragua y Venezuela.
¿Y en México? La democracia tampoco ha muerto, pero discursos como el reiterado por el expresidente Zedillo y el de analistas y críticos, que coinciden con él, van a terminar por dañar la percepción y valoración que la población aún tiene sobre la democracia mexicana.
Los componentes de la aprobación presidencial, que supera el 80 por ciento en promedio, incluyen los ataques de Trump considerados como agresiones al país y a los mexicanos, lo que genera solidaridad hacia la mandataria; su imagen menos polarizante que su antecesor; además de la ya mencionada referencia sobre las expectativas económicas. Entre sus correligionarios, la aceptación sube al 95 por ciento y, entre los partidarios de la oposición, desciende a un 55 o 60 por ciento, ambas cifras superiores a su votación y mayores a la preferencia electoral de Morena, que no se ha movido desde 2024. Tenemos, pues, una presidenta que tiene una imagen mejor valorada que su partido y un partido que, de momento, a pesar de que a veces enseña el cobre, no ha descendido.
Las preferencias electorales críticas y opositoras al tetrateísmo tampoco han disminuido, solo que no las captan los liderazgos actuales. Ahora, el MC aparece arriba del PRI y el PAN.
Es cierto que la política social influye en las percepciones, pero también el aumento real de salarios promedio y, hoy, la expectativa de una semana laboral de 40 horas mantienen condiciones que refuerzan el humor social.
La democracia representativa occidental, con un enfoque institucionalista y liberal, no volverá como la conocimos; cambiará de adjetivos, pero en lugar de cancelarla, hay que repensarla y edificarla. Una reflexión similar hace falta en política económica; el crecimiento promedio del 3.4 por ciento del gobierno de Zedillo no redujo pobreza ni desigualdad. La tasa actual, inferior al 1%, sí lo ha conseguido, temporalmente.
La democracia no ha muerto, pero hay que repensarla. El modelo de desarrollo ha fracasado y también hay que repensarlo.
Lectura recomendada: ¡Ahora el pueblo! Hacia la revolución ciudadana de Jean-Luc Mélenchon (FCE).
Gracias a LGCH por su apoyo invaluable.