Hoy es el Día Internacional de la Felicidad, y si bien siempre me han dado escozor estas efemérides que poco suman y aportan, esta vez decidí tratar de tomarme un recreo ante la avalancha de noticias negativas (entre aranceles, recesiones, campos de exterminio e impunidad) para entender qué hace de la mexicana una sociedad siempre feliz ‘a pesar de todo’.Hace solo un par de horas se publicó la edición 2025 del Reporte Mundial de Felicidad 2025 y una de las mayores sorpresas fue, justo, México: somos uno de los países que más subió en la escala de felicidad global, pasando del lugar 25 al 10 en el listado global. Como siempre, Finlandia, Dinamarca e Islandia están en el top 10, pero a nivel regional solo nos supera Costa Rica. Estamos, de hecho, en el mejor lugar de esta medición desde que comenzó a realizarse hace 20 años por la consultora Gallup.
¿Cómo les fue a nuestros -aún- socios del T-MEC? Canadá está en el puesto 18 y Estados Unidos en cuanto a felicidad. Pero hay diferencias entre la ‘felicidad compartida’ (donde los factores que más aportan a este sentimiento tienen que ver con el entorno social amplio) y la ‘felicidad egoísta’ (donde lo que importa es solo la propia). A pesar de las grandes diferencias sociales en los diferentes estados de la república, la felicidad es un factor que se mantiene, un porcentaje que atraviesa por igual zonas vulnerables y violentas como de alto poder adquisitivo y seguridad o acceso a servicios. “Las persona, en las sociedades latinoamericanas tienden a responder con mayor optimismo que lo que las condiciones de su entorno harían suponer. Hay una tendencia al buen ánimo y el goce de la vida, pero vinculadas sólo con relaciones interpersonales inmediatas, su familia y amigos”, me explica Gerardo Leyva, exdirector general adjunto de Investigación del INEGI y uno de los que implementó la medición del bienestar subjetivo en nuestro país. Desde 2012, el instituto se sumó a la iniciativa de la OCDE para medir el progreso de las sociedades más allá de los aspectos económicos tradicionales, así como a la resolución de la ONU que obliga a los gobiernos a promover la felicidad entre sus habitantes. Así se implementó el módulo de bienestar subjetivo en sus encuestas nacionales. ¿Qué miden? Once variables que van desde la satisfacción con la vida, con la familia, con la vida social, con la seguridad, con el país, con un propósito propio, con la felicidad, la alegría y hasta la satisfacción con el nivel de vida. “Los mexicanos somos de naturaleza muy tribal, y que suele no demostrar ninguna sensibilidad con lo que ocurre más allá de su ámbito más inmediato”, agrega Leyva. Cuando se levantan los censos suele ser muy curioso ver cómo en lugares o zonas con mucha violencia, por ejemplo, solo la persona que vive la inseguridad lo reporta como auténtica víctima, ya sea urbana o doméstica, pero cuando no le pasa a uno mismo, eso no importa mucho, no afecta a la felicidad”.
Suena contradictorio, y hasta paradójico, pero termina siendo una tendencia aferrada a las costumbres. ¿A poco no escuchamos como chiste frases como ‘no es mi perro, no lo baño’; ‘más vale pedir perdón que pedir permiso’ o ‘a ver si es chicle y pega’? A diferencia de la misma encuesta en otros países, en México la felicidad es privada, es propia, no es social, no es un valor para compartir con la comunidad no familiar. “Hay una disposición a filtrar la realidad y quedarnos con las cosas positivas nuestras y de un entorno cercano y nada más”, me explicaba Leyva. Y esto sin dudas tiene un efecto colateral: los mexicanos no acusamos recibo de las situaciones negativas del entorno social más amplio. “Somos personas de amigos, pero no somos ciudadanos”, soltó como cierre de una charla que me dejó menos feliz que cuando empecé tratando de responder esta pregunta.