La verdad, yo sí tenía un ánimo de esperanza. Tenía la impresión de un gobierno más serio, sensato, guiado por la racionalidad y la dura evidencia de los hechos, más que por los prejuicios ideológicos.
Me equivoqué. Es la misma cantaleta.
Las reformas promulgadas el miércoles por la presidenta de México en materia energética (petrolera y eléctrica) repiten, hasta el cansancio, la falsa premisa de la “soberanía energética”.
La presidenta Sheinbaum, lamentablemente y contrario a un juicio científico, hacendario o presupuestal, ha elegido repetir las insensateces de su antecesor. Mantener el insulso modelo de Pemex, aunque advierte algunos cambios y reestructuración. Habrá que ver en qué áreas y de qué profundidad. Por lo pronto, al más puro estilo priista —del que son incapaces de separarse— anuncia con bombo y platillo la “integración vertical” de la empresa. La eliminación de proveedores y una serie de medidas para elevar la eficiencia operativa.
No dicen cómo, ni tampoco qué significa eso de “integración vertical”.
Pero lo que se sostiene a capa y espada es que Pemex siga perdiendo en abundantes recursos el dinero de los mexicanos. Miles de millones de pesos tirados al hoyo profundo y seco de un pozo petrolero agotado por la explotación del pasado. Eso hizo AMLO, cuando inyectó durante su administración (2018-2024) 1.6 billones de pesos para rescatar a una empresa en quiebra técnica.
Sin el abundante y despilfarrador subsidio del gobierno, Pemex no hubiera tenido con qué salir a flote, pagar nóminas, pagar a proveedores —que por cierto hizo de forma muy deficiente—. La deuda es de 30 mil millones de dólares a proveedores, unos 600 mil millones de pesos.
La apuesta equívoca a la refinación, el eslabón de la industria petrolera más perdedor, menos rentable y, ciertamente, más tramposo y corrupto en el caso de México.
La refinería de Deer Park en Texas, de la que el gobierno de López Obrador compró el restante 51% para que Pemex tomara el control total de la empresa, funcionaba con márgenes decorosos de ganancias, con números negros y eficiencia operativa. La tomó Pemex en sus manos y la refinería texana mexicana empezó a perder dinero.
¿Qué hacen mal las pésimas administraciones de Pemex?
Resulta inaudito que ante la evidencia Claudia Sheinbaum afirme que va muy bien, cuando los bonos de Pemex en mercados internacionales están a un escalón de perder el grado de inversión. Si eso llegara a suceder, existen escenarios hipotéticos de que el daño a la deuda soberana de México, la propia calificación crediticia del país, estaría en graves riesgos.
No salen las cuentas ni los números. Pemex no extrae suficiente cantidad de petróleo para que las 8 refinerías mexicanas en territorio nacional funcionen a plena capacidad; lo seguimos enviando a Estados Unidos y regresa convertido en gasolinas, diésel, combustóleo y otros combustibles. El modelo de la refinación ha demostrado un fracaso estrepitoso, mientras que el tesoro nacional sigue tirando dinero por apostarle a una tontería del pasado.
Las medidas anunciadas por la presidenta se sustentan en premisas falsas, en prospectivas erróneas y en estrategias que, 6 años después, han demostrado que no conducen a ninguna recomposición de la empresa.
Es otra vez la cantaleta de la soberanía, de que seremos autosuficientes en combustibles, de que nos valemos por nosotros mismos. ¡Falso, señora! Es mentira.
No extraemos, no refinamos y no tenemos reservas.
Si el señor Trump decide en los siguientes días suspender el suministro de gas natural a México (el 80% del gas natural que utilizamos viene de EU), con lo que esencialmente se genera electricidad en plantas de ciclo combinado, en 48 horas el país se queda sin energía eléctrica. Apagón total, knock out a la economía y la industria que quedarían paralizadas.
Pero aquí seguimos con la preciosa cantaleta de que todo está superbién, de que Pemex va a empezar a pagar a proveedores —a muchos de los cuales ahorcó ante el congelamiento de pagos— y de que hay nuevos hallazgos por millones de barriles. A ver cómo lo extraen.
La maquinaria es vieja, los pozos han derrumbado su producción, las deudas se han elevado y no se hace ninguna reestructura de la paraestatal.
En síntesis, corre el riesgo de perder el grado de inversión y la consiguiente debacle de su deuda en mercados internacionales, sus credenciales crediticias y el rechazo absoluto en todas partes.
La presidenta puede seguir acusando al pasado (dos veces señaló al gobierno de Calderón y otra más al de Peña) cuando en ambos gobiernos anteriores se produjo más, se ingresó más capital al país y se tenía una empresa más rentable.
El desastre de la administración López Obrador y del incapaz que hoy dirige el Infonavit no figura en la relación histórica de la presidenta.
Más cantaleta, más desastre energético, más subsidios a una empresa quebrada.