Ojalá que las reacciones que han tenido los gobiernos de Europa, Canadá y China al sentirse afectados económicamente por los erráticos y unilaterales excesos de Donald Trump provocaran esquemas de represalia como los diseñados en materia arancelaria (que han hecho recular al presidente), pero diseñados contra las posiciones de la Casa Blanca que afectan la vida de las personas y al ambiente.
Un posicionamiento clarísimo de lo que es la derecha extrema fue el voto de la Casa Blanca en contra de la resolución de la asamblea general de la ONU, votada el 4 de marzo pasado, que instituyó el 28 de enero de cada año como el Día Internacional de la Coexistencia Pacífica y el 12 de julio como el Día Internacional de la Esperanza.
Se sobreentiende que hablar de paz y esperanza en la ONU tiene un valor más simbólico que realizable, pero hay que tomar en cuenta que es la organización internacional más grande e importante con que cuenta un mundo seriamente agorzomado por crisis múltiples, entre las que se cuentan varias guerras en curso y un severo calentamiento global.
No hay en la ONU fuerza normativa y práctica que pudiera obligar a sus miembros a sostener un diálogo civilizado y eficaz en favor de la coexistencia pacífica y de la mitigación del cambio climático.
Ante los desafíos globales que afectan la vida de millones de personas, el gobierno del país más poderoso esgrime la defensa de su propia soberanía al oponerse no sólo a las resoluciones que exaltan la coexistencia pacífica y la esperanza en un mejor futuro, sino a toda la agenda de desarrollo sostenible de la ONU.
La posición estadounidense no es novedosa pero es brutalmente mezquina; dijo quien representó a EUA en la Asamblea de la ONU del 4 de marzo, Edward Heartney, que “el mandato del pueblo estadounidense fue claro: el Gobierno de los Estados Unidos debe volver a centrarse en los intereses de los estadounidenses. Debemos cuidar ante todo de los nuestros, es nuestro deber moral y cívico”.
El gobierno del país más poderoso que ha conocido la humanidad en todos los órdenes -científico, tecnológico, militar y financiero, y también el que mayor influencia ejerce en las ideas y conducta de las clases medias de cualquier país de occidente-, está diciendo que atender o participar en asuntos de interés global es contrario a sus propios intereses.
Declarar un día de coexistencia pacífica y otro de esperanza lo consideró el representante del gobierno de Trump “una reafirmación de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) … que promueven un programa de gobernanza global blanda que es incompatible con la soberanía de los Estados Unidos y contrario a los derechos e intereses de los estadounidenses.
“Por lo tanto, Estados Unidos rechaza y denuncia la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y ya no los reafirmará como algo habitual”.
Además de que el rechazo a la agenda multilateral pudiera motivarlo el no querer ceñir las decisiones estadounidenses a discusiones internacionales, Heartney dijo también que el mensaje contenido en los llamados a la coexistencia pacífica y a la esperanza sirve a los propósitos y estrategias del gobierno de China.
China es la obsesión desde hace varios cuatrienios de los gobiernos estadounidenses, pero Washington no había declarado y denostado a las Naciones Unidas al grado de afirmar que están dominadas por ideas del presidente Xi Jinping, según la mención de Herartney. Sin EUA, la ONU perderá aún más capacidad de siquiera discutir soluciones globales.
Por lo que hace al cambio climático, Trump ha sido muy claro en decir que no le impondrá trabas regulatorias al desempeño de los negocios con tal de atenuar el efecto antropogénico en el calentamiento planetario, en el que dice que no cree.
Por el contrario, está eliminando todo rastro de regulaciones; Lee Zeldin, nuevo administrador de la Agencia de Protección Ambiental, dijo en marzo que la agencia revisará la «declaración de peligro para el bienestar público que representan las emisiones de gases de efecto invernadero», la cual fue emitida en 2009. En esa declaración se fincan los compromisos que había asumido Estados Unidos -incumplidos- con reducir la emisión de tales gases.
Nada de lo antes dicho sugiere que las personas y el cuidado del clima vayan a desplazar a las consideraciones económicas del lugar central que tienen en las adecuaciones políticas que los gobiernos intentan hacer frente a los acomodos geopolíticos que provoca el desafío científico, tecnológico, industrial, mercantil y monetario de China a Estados Unidos.
Hablar de humanismo en este ajetreo universal -como lo hace la 4T- puede parecer hasta ridículo a muchos, pero la confrontación violenta que surge de los intereses económicos en juego es un peligro real y creciente para la humanidad.