El nombramiento de Marco Rubio, como secretario de Estado y de Christopher Landau como subsecretario promete, al menos en teoría, una mayor atención hacia América Latina. Sin embargo, en el mundo de Donald Trump, la atención es una espada de doble filo. Gobernantes de todo el hemisferio han aprendido que calibrar las prioridades de Trump -o incluso interpretarlas correctamente- puede ser un ejercicio frustrante y, con frecuencia, humillante. Por ejemplo, Panamá y Canadá sin duda no esperaban amenazas a su independencia durante conferencias de prensa del entonces presidente electo de EU. Por su parte, México, con cicatrices acumuladas, ya debería tener clara la lección: enfrentarse a Trump exige paciencia estratégica y disparar solo cuando vea el blanco del ojo de la amenaza del enemigo.
En el primer mandato de Trump, Landau asumió el rol de “sherpa” en la relación bilateral con México, destacando por un estilo peculiar: sus coloridas publicaciones en redes sociales mostraban tamales y trajineras, ocasionalmente mezcladas con críticas implícitas al gobierno mexicano. Recomendó públicamente a inversionistas estadounidenses suspender las inversiones en el sector energético mexicano debido a la incertidumbre regulatoria, una afrenta directa a la entonces administración de López Obrador.
En una entrevista previa a las elecciones en el podcast Sorbo Electoral, el exembajador dejó claro que un segundo mandato de Trump no traería una diplomacia más suave. Por el contrario, se perfila una política exterior hacia América Latina centrada en un pragmatismo un tanto frío y binario: “estás con nosotros o estás con China”.
Según Landau, el nearshoring en tierras mexicanas es un plan B; el objetivo principal sigue siendo repatriar empresas a EU. Pero si no es viable, “mejor para nosotros, que se instalen en México y no en Vietnam o la India”. Y si bien Landau o Rubio podrían favorecer un frente unido de América Latina para resistirse a la influencia China o a gobiernos autoritarios, esto no significaría que extiendan la mano a todos los países de la región. Landau defiende la idea de privilegiar a verdaderas democracias que abran sus mercados a EU, aspirando a encontrar fórmulas de ganar-ganar en comercio y seguridad. No obstante, temas como la migración prometen ser más conflictivos.
Migración: el hueso más difícil de roer
Aunque al nuevo subsecretario de Estado no le reporta ninguna de las agencias directamente encargadas de hacer cumplir las leyes migratorias, su postura es clara. Las deportaciones, masivas o selectivas, seguirán siendo una herramienta central. En casos de separación familiar, Landau argumenta que son inevitables, comparándolas con el encarcelamiento de un criminal: “la ley no puede depender de los lazos familiares”. Este enfoque, frío pero consistente, encaja perfectamente en la narrativa trumpista de control de soberanía.
Para México, las deportaciones presentarían una nueva encrucijada. El país podría convertirse involuntariamente en refugio de migrantes rechazados. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado que México no aceptará el rol de “Tercer País Seguro”, Landau considera estas políticas esenciales para desincentivar los flujos migratorios.
Trump no necesitará nuevas leyes para lograr sus objetivos en materia migratoria. Una combinación de redadas televisadas, titulares dramáticos y videos virales podría ser suficiente para cumplir su promesa de frenar la migración irregular. Ni siquiera necesitará deportar más personas que los gobiernos previos; se trata de teatralidad, ese mundo donde Trump se mueve como pez en el agua. Una narrativa bien ejecutada podría frenar temporalmente las caravanas y reforzar la percepción de un gobierno en control.
Si algo queda claro, es que la agenda de Rubio y Landau no perderá el tiempo intentando moderar el enfoque de Trump, sino de ejecutarlo con precisión. Bajo su liderazgo, América Latina no recibirá concesiones, sino exigencias. La relación no se vislumbrará como un pacto entre iguales, sino una negociación desigual: entre el marchante más grande del pueblo frente al vecino que intenta evitar que le cierren las puertas de su tiendita. Para México y el resto de la región, el objetivo no puede ser cómo convencer a Trump de que le baje dos rayitas, sino aprender a integrarse a una nueva realidad donde la forma importa más que el fondo. Bajo ese principio será crucial encontrar maneras de participar en el teatro político de Trump, donde los reflectores siempre se prenden y apagan desde Mar-a-Lago.
Lee aquí la versión más reciente de Businessweek México: