Donald Trump quiere suprimir el financiamiento a la radio y a la televisión públicas de Estados Unidos, a las que acusa de izquierdistas. Es un episodio más de su animadversión contra la prensa; inquina que no incluye, por ahora, cancelar entrevistas a sus críticos.
No minimizo el acoso de Trump a la prensa de Estados Unidos, que incluye querellas judiciales.
Porque aun antes de que regresara al poder, logró concesiones: el magnate Jeff Bezos decidió que su diario, The Washington Post, no publicara el tradicional editorial de respaldo a una opción presidencial en las elecciones de noviembre.
En línea con eso, el diario del mítico caso Watergate, que derivó en la renuncia del presidente Richard Nixon, recibió de su propietario “lineamientos editoriales”, jugada de Bezos para congraciarse con Trump.
Sólo para subrayar la beligerancia de Trump 2: congeló el acceso a la sala de prensa de la Casa Blanca a la agencia AP por no llamar Golfo de América al Golfo de México, incorporó a las conferencias a sus paleros, y sistemáticamente él y su equipo descalifican como mentiras las revelaciones periodísticas adversas a su administración.
Esas descalificaciones las padeció el editor de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, que en marzo reveló cómo increíblemente fue incorporado en un chat en Signal donde altos mandos del gobierno trumpista discutieron acciones militares que, en efecto, luego ocurrieron. Lejos de reconocer su fallo de seguridad, Trump y los suyos vociferaron en contra del mensajero.
A pesar de ello, de esa crisis que sacudió a su gobierno por semanas, hace días Trump sostuvo una entrevista con periodistas de The Atlantic, incluido Goldberg.
Es decir, el presidente de Estados Unidos denuesta a los llamados legacy media, los acosa, los demanda incluso, pero no deja de recibirlos (el fin de semana dio entrevista a Meet The Press, de la cadena NBC, un espacio crítico donde los haya).
¿Por qué Trump acude a esos medios? ¿Será porque no puede prescindir de otras audiencias a pesar de que tiene su propia red social y de que su voz es exitosamente replicada en podcasts y medios afines? ¿Será que la Casa Blanca aún siente la obligación de someterse a ese escrutinio? ¿O será porque siente que puede ganarles y evidenciar, e incluso humillar, a periodistas críticos?
Hagamos una comparación (odiosa o incluso forzada): Trump en poco más de 100 días de gobierno ha dado muchas más entrevistas a medios críticos que, en nuestro país, la presidenta Claudia Sheinbaum. ¿Recuerdan alguna?
No es argumento que la renuencia de la presidenta se debe a que tiene en la mañanera un mecanismo de comunicación pública que supliría las entrevistas.
Esencialmente, porque la mañanera ha bajado –sí, tal cosa era posible– de nivel.
Mientras AMLO asumía que medios críticos le cuestionarían de vez en vez, ahora el ejercicio se ha saturado de paleros que aportan muy poco o nada al debate público; empezando por la presidenta, todos perdimos con esa decisión.
Sheinbaum no se ha sentado con periodista alguno a contrastar informaciones, datos o ideas. ¿Por qué? Quizá porque que cree controlar la información gracias a que tiene voceros en medios masivos, a que estos dependen del presupuesto oficial, y a que se adueñó de los medios públicos.
No minimizo la agenda trumpista contra los medios. El riesgo es enorme para esa prensa que se creía a salvo de un autócrata. Pero verlo sentarse en NBC o con The Atlantic habla de que aún es posible someter al presidente a un cuestionario no inducido ni edulcorado. ¿Por qué entonces es impensable lo mismo en México con la presidenta?