Los problemas de México han sido difíciles y complejos. La pandemia enlutó la república, la inseguridad se apoderó de gran parte del territorio nacional y el sistema de salud colapsó; la economía, sin crecimiento y con problemas estructurales, falta de oportunidades para los jóvenes y, por si fuera poco, Trump con sus aranceles.
Estos problemas, sin duda alguna, lesionan el ánimo de la población, inclusive aquella atendida con programas sociales, porque parte del dinero recibido se destina a la compra de medicamentos cada vez más caros. Sin embargo, esta realidad no la reflejan las encuestas y, para nuestra sorpresa, retratan un México feliz. Si esto fuera real, los habitantes de esta tierra serían masoquistas o marcianos de otra galaxia a punto de trasmutar a seres no precisamente humanos.
Es importante reconocer también que los programas sociales, las remesas y el incremento del salario mínimo han sido elementos de contención social. En forma directa, proporcionan a las familias pobres ingresos para sostener o aumentar su capacidad de compra. Esto fortalece su confianza y fe en el
futuro. Una clase social que se siente atendida. «Primero los pobres», la proclama de la 4T.
Esto es innegable, pero el Coneval reporta que al 40 % de la población mexicana no le alcanza su ingreso para adquirir la canasta básica. Una sociedad desigual, con pobreza extrema y necesidades milenarias.
Algo está pasando en las encuestas. No dudo del profesionalismo de las casas encuestadoras serias, pero, por alguna razón, no están captando la realidad. El mundo feliz de Huxley palidece ante esta ficción nacional. Se debería analizar este fenómeno. Es un tema que merece atención profesional. No cuestiono la seriedad de su trabajo, pero mucha gente las considera verdades sospechosas y no les dan crédito.
Es justo reconocer también que esta falta de credibilidad es producto de experiencias anteriores en donde los procesos electores se manipularon. Pero desechemos esta eventualidad y vayamos a encontrar alguna explicación al fenómeno descrito. Entremos al terreno de la psicología social.
El mexicano, por su origen e historia, es desconfiado, tiende a la negación y con frecuencia guarda en su interior y para sí sus verdades y emociones.
«¿Cómo estás? Muy bien», pero está en problemas. «¿Cómo ves las cosas? Bien», aunque existan situaciones difíciles. Aún hay más: «¿Oye, me dijeron que estás delicado de salud? Para nada», y está enfermo, como si estar enfermo fuera pecado.
Por esta condición del mexicano podemos suponer que las personas, por muchas razones, no quieren comprometerse con su verdad. Por temor a
sufrir represalias, a perder algo y también por desconfianza a los encuestadores. Los chorean, como dicen los jóvenes; no les comunican su sentir.
Otro aspecto interesante de la sociedad mexicana es su falta de participación ciudadana en las cuestiones de importancia nacional. Permanece al margen por ignorancia, falta de interés o por no creer que se pueden resolver. En consecuencia, el debate político es escaso, está ausente de las costumbres mexicanas. Cuando se abre a la discusión un tema controversial se convierte en un ejercicio de dimes y diretes entre el gobierno y el demandante.
El México real, salvo los beneficiados y aun una parte de estos, está preocupado por su futuro, no encuentra respuestas a sus legítimas exigencias de bienestar. Los problemas han mellado su ánimo. Las encuestas no registran esta realidad.