Hay dos formas de ejercer el poder: como un espectáculo o como una herramienta de transformación. En la diplomacia internacional, la diferencia entre ambas no podría ser más evidente. Mientras los presidentes y líderes nacionales convierten sus cumbres en teatros de gritos, tuits incendiarios y amenazas de sanciones, las ciudades han comenzado a ejercer un nuevo tipo de liderazgo global: la diplomacia de las soluciones.
El contraste quedó claro en los últimos días. Donald Trump protagonizó enfrentamientos con Volodímir Zelenski, Gustavo Petro y Emmanuel Macron, en un despliegue de impulsividad y confrontación que desestabilizó aún más el frágil equilibrio internacional. Reuniones que deberían haber servido para construir acuerdos terminaron en insultos, cancelaciones y rupturas. ¿En qué momento la política internacional dejó de tratarse de resolver problemas y se convirtió en una competencia de egos?
Mientras tanto, en un plano muy distinto, pero con un impacto real en la vida de millones de personas, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y la presidenta municipal de Guadalajara, Verónica Delgadillo, sostenían diálogos sobre movilidad, gestión de residuos y desarrollo sostenible. Ninguna salió de la reunión con un tuit burlándose de la otra. Ninguna amenazó con sanciones ni abandonó la mesa en medio de la discusión. Simplemente, construyeron.
Aquí hay una verdad que pocos han notado: las ciudades están asumiendo un rol que antes pertenecía a los Estados-nación. No están reemplazando su autoridad, pero sí están llenando el vacío que estos han dejado. Los gobiernos nacionales parecen más preocupados por proyectar poder que por resolver problemas, mientras que las ciudades, impulsadas por la urgencia de la realidad, están generando soluciones que cruzan fronteras sin necesidad de tratados internacionales.
La diplomacia de los estados vs. la diplomacia de las ciudades
El politólogo, Benjamin Barber, anticipó este cambio en su libro Si los alcaldes gobernaran el mundo. Argumentaba que las ciudades, al ser más pragmáticas y menos ideológicas, estaban en una mejor posición para enfrentar los grandes desafíos del siglo XXI. Los Estados-nación, en cambio, están atrapados en lógicas de confrontación y rivalidad geopolítica, que dificultan cualquier avance real.
Los hechos parecen darle la razón. Mientras las cumbres del G7 o la ONU se convierten en campos de batalla verbales donde las potencias compiten por imponer su visión del mundo, las ciudades están firmando acuerdos entre ellas, compartiendo estrategias exitosas y generando redes de colaboración globales.
Ejemplo de ello es el C40 Cities, un foro que reúne a las ciudades más grandes del mundo para intercambiar soluciones sobre cambio climático y políticas urbanas. Mientras los líderes nacionales debaten si comprometerse o no con el Acuerdo de París, las ciudades están implementando regulaciones ambientales más estrictas sin esperar la autorización de sus gobiernos centrales. Otro ejemplo es la alianza de ciudades saludables que a unos días de su cumbre ya está impactando las agendas locales pues no se trata de discursos sino de soluciones a los problemas latentes en las ciudades como Guadalajara, Monterrey o la CDMX.
Liderazgo femenino y la política del resultado
Pero el fenómeno no solo es territorial, sino también de género. Existe un patrón claro: las mujeres en el poder han tenido que demostrar su liderazgo con hechos, mientras que los hombres han sido recompensados por su capacidad de generar espectáculo.
Verónica Delgadillo no necesitó gritar ni amenazar a nadie para terminar con una concesión de 30 años en la recolección de basura en Guadalajara. No presumió su poder ni se quedó en la narrativa de “yo mando y hago lo que quiero”. Simplemente actuó y tomó medidas inmediatas para mejorar el servicio.
Mientras tanto, Trump y Zelenski protagonizaron un escándalo internacional porque no pudieron sostener una conversación sin que terminara en una batalla de declaraciones. ¿Cómo puede ser que los líderes de las potencias no sean capaces de sentarse a negociar sin que todo se convierta en un circo mediático?
El futuro de la gobernanza global: más ciudades, menos estados
Si algo está claro es que la diplomacia del siglo XXI ya no será la misma. Mientras los Estados siguen anclados en sus disputas históricas, las ciudades están forjando el futuro a través de la cooperación.
Este cambio no es menor. Si las tendencias continúan es posible que las ciudades se conviertan en los actores más influyentes en la política internacional, dejando a los Estados como meros administradores de conflictos. Las ciudades están aprendiendo a negociar sin pedir permiso a los gobiernos centrales, y eso redefine por completo la estructura del poder global.
El liderazgo ya no se medirá por la cantidad de sanciones que puedas imponer o los discursos incendiarios que puedas generar, sino por la capacidad de construir soluciones efectivas. Si el siglo XX fue el siglo de las grandes naciones, el XXI podría ser el siglo de las ciudades que gobiernan el mundo.
La gran pregunta es: ¿se darán cuenta los líderes nacionales antes de que sea demasiado tarde?