Wayne Gretzky, el legendario jugador de hockey, un gran héroe popular de Canadá, una especie de Rafa Márquez en su mejor momento, ha caído en desgracia y es visto como traidor. La causa: ser amigo de Donald Trump y haber asistido a su toma de posesión.
Los canadienses que se toman muy en serio la relación con su vecino del sur, por no decir que son más aplicados que nosotros, ya habían explorado las consecuencias del regreso de Trump.
El profesor Kim Richard Nossal publicó hace ya dos años el libro Canada alone. La predicción de Nossal es impecable, Trump 2.0 acabará con el mundo liderado por Estados Unidos, la llamada Pax Americana, y entraremos en un periodo de incertidumbre y hombres fuertes. Por tanto, Canadá tendrá que prescindir de su gran aliado estratégico y navegar solo las aguas turbulentas del neotrumpismo.
Lo que ni Nossal ni nadie previó, fue la arrogancia expansionista de Trump 2.0. El vecino asegura que Canadá se convertirá en su estado número 51 y que Estados Unidos será un “gran, gran país”.
Sobra decir que los ánimos expansionistas han provocado una gran reacción de cohesión nacionalista en el vecino del norte. Se sienten traicionados por su mejor amigo y eterno socio estratégico y comercial y han adoptado la frase de guerra de los jugadores de “codos arriba”.
La pregunta que ronda en los circuitos diplomáticos de Estados Unidos y del mundo es: ¿esto es tan sólo una fanfarronería de Trump o va en serio?
Los canadienses están convencidos de que la aspiración de absorberlos y apropiarse del segundo país más extenso del mundo, con unos de los mayores yacimientos petroleros y minerales del planeta, va en serio.
En la conversación telefónica entre el ex primer ministro Justin Trudeau y Donald Trump el pasado 3 de febrero, el residente de la Casa Blanca señaló que no está de acuerdo con el tratado de 1908 de límites entre ambos vecinos y tampoco con los tratados de aguas de los lagos y ríos que comparten.
A pregunta expresa de David Sanger, el veterano reportero del New York Times, sobre si piensa utilizar al Ejército para hacerse de Groenlandia y Canadá, Trump contestó, “no… será presión económica”. Aun así, la asimetría de poder militar es abismal: 62 mil efectivos canadienses versus 1.3 millones estadounidenses.
Por lo pronto, la guerra comercial entre los vecinos y socios del T-MEC ya arrancó. Estados Unidos le impuso a todo el mundo 25 por ciento de arancel sobre el acero y aluminio, siendo Canadá el mayor exportador de aluminio a su vecino, superando por mucho al segundo lugar, Brasil. A su vez, Canadá tomó represalias, imponiendo 25 por ciento de arancel sobre casi 30 mil millones de dólares de productos estadounidenses.
La mayor consecuencia inesperada es que Trump está resucitando a los liberales. Hace unas semanas era un hecho que la próxima elección, sin fecha definida por ser un gobierno parlamentario, sería para el líder de la oposición que tiene un sello trumpista, Pierre Poilievre. Sin embargo, las encuestas demuestran que los liberales vuelven a estar en condiciones de permanecer en el poder por haber encabezado la defensa ante el trumpismo. Han subido más de 12 puntos desde enero.
México sigue festejando la buena relación que ha construido la presidenta Sheinbaum con Trump. El peso se encuentra relativamente fuerte, recuperándose después de los shocks de los anuncios de aranceles. La popularidad de la mandataria ha crecido más de 15 puntos, ubicándose en un nivel de aprobación de 85 por ciento, sin precedentes.
¿Qué debe hacer México?
1. Nunca confiarse del explosivo Trump. En cualquier momento nos cierra la frontera, o se anima con ataque militar en contra de uno de los cárteles mexicanos que, ya para todos los efectos, son organizaciones terroristas internacionales.
2. Estrechar las relaciones con Canadá. Esto tiene que ser una estrategia discreta y de alto nivel. Aprovechar el cambio de gobierno para mandar una embajadora de primer nivel, cercana a la presidenta Sheinbaum.
3. Aprender de las lecciones de Canadá. Esto va para los empresarios, la diplomacia y la academia. Tenemos que imaginarnos un México sin Estados Unidos.
El mundo ya cambió. No nos aferremos a que sí podemos domar al inquilino de la Casa Blanca.