Finalmente sucedió lo que muchos temían. El presidente de Estados Unidos decidió en verdad imponer a México y Canadá – sus dos socios comerciales en el T-MEC – aranceles del 25 por ciento a la mayoría de los productos que ambas naciones exportan al mercado estadounidense.
El establecimiento de estos aranceles había sido anunciado desde hace tiempo por Donald Trump pero, dado que ya una vez había desistido de llevar la idea a la práctica, existía la duda de si lo haría. Ya lo hizo.
Si bien se podría considerar que los aranceles impuestos por la administración Trump violan algunos artículos del T-MEC, Washington muy bien podría alegar, en un hipotético panel de arbitraje, que México violó antes el T-MEC al incorporar en varios productos insumos importados de China, infringiendo así acuerdos sobre valor agregado.
Lo que es cierto es que con estas acciones se está poniendo en riesgo la integración de la región norteamericana que ha servido a los tres países para alcanzar una mayor prosperidad.
Existe más o menos un consenso entre varios economistas que una guerra arancelaria afectaría muy negativamente a las economías de Canadá, Estados Unidos y México. De hecho, esto ya está sucediendo en la realidad, pues los principales indicadores del mercado de valores cayeron significativamente tras el anuncio sobre aranceles hecho por el gobierno de Trump. Sin duda alguna esto debió haber sido una de las principales razones para que Trump y su secretario de Comercio, Howard Lutnick, estén pensando en retirar los aranceles, sea en parte o enteramente.
En estos días también se reunieron con el gobierno de Trump un grupo de las más grandes compañías automotrices estadounidenses quienes, al parecer, le advirtieron a las autoridades del gobierno estadounidense de efectos potencialmente catastróficos causados por los aranceles impuestos a varios países. Como resultado de esto, el gobierno de Trump decidió aplazar un mes la imposición de aranceles a la industria automotriz de México y Canadá.
Hasta ahora, la presidenta de México ha actuado con cautela. Aunque ha dicho que probablemente México impondrá aranceles en represalia, esto no se ha anunciado oficialmente, como sí ha ocurrido en el caso de Canadá y China. Está cautela es entendible a la luz del hecho de que la administración Trump ha estado cambiando de opinión en un espacio corto de tiempo. La situación indudablemente es volátil.
Por lo pronto, México puede hacer algunas cosas. En primer lugar, parecería una buena idea integrar al poder legislativo a las discusiones bilaterales. Es urgente que todas las fuerzas políticas en el Congreso convoquen a una reunión interparlamentaria con nuestras contrapartes estadounidenses. Es posible que por esta vía podamos avanzar ambos países en soluciones a las que no pueden arribar los dos poderes ejecutivos. Lo mismo se debería hacer con Canadá, por cierto.
Por otro lado, parece necesario tener una gran conversación sobre una deseable diversificación del comercio exterior de México. Aunque Estados Unidos está destinado a ser nuestro principal socio comercial, México puede aprovechar la situación para establecer acuerdos comerciales de mayor envergadura con diversas regiones del mundo. Es deseable también que nuestro país se convierta en un líder en la consolidación de un sistema liberal basado en reglas que ahora pudiera estar en riesgo. Un país como México sólo puede prosperar en un régimen económico y comercial fundado en la fuerza del derecho y no en el derecho a la fuerza.