La semana pasada se publicaron dos reportes muy importantes para México, el del Producto Interno Bruto (PIB) y los resultados de Petróleos Mexicanos (Pemex) al primer trimestre del año. La relevancia de ambos claramente tiene que ver con el crecimiento y bienestar del país. Sobre todo para ir evaluando el impacto de la política comercial del presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, también desde el punto de vista de las finanzas públicas, particularmente sobre la capacidad del gobierno de poder cumplir con la meta fiscal establecida para este año, así como mantener el estatus de la calificación en ‘grado de inversión’. Al final del día, considero que el verdadero tema para las finanzas públicas no es el crecimiento solamente, sino cómo se debe manejar Pemex. Pemex tiene muchos retos, pero en mi opinión, los dos más relevantes son las ineficiencias que observa en la producción de algunos de sus productos, que en algunos casos se convierten en pérdidas, así como el tema del financiamiento de sus operaciones.
En cuanto al PIB, confieso que me da mucho gusto que la actividad económica haya registrado un crecimiento de 0.2 por ciento. No solo como mexicano, sino debido a que he estado en la parte optimista del espectro en cuanto a las proyecciones de PIB para este año. El fuerte crecimiento trimestral de alrededor de 8.0 por ciento en la producción agropecuaria fue el que prácticamente hizo que el dato total no fuera negativo, debido a que los servicios no contribuyeron al crecimiento este trimestre y que ya sabíamos que la producción industrial había caído 0.3 por ciento.
Como he comentado en este espacio con anterioridad, dos aspectos que podrían hacer que el crecimiento de este año sea menos negativo de lo que la mayoría de mis colegas anticipa son: (1) Las irregularidades estadísticas en la primera mitad del año pasado, que provocaron que el PIB registrara un ‘boom’ en el tercer trimestre de 2024 y luego una contracción significativa en el cuarto trimestre del año pasado. Para empezar, esto hacía más difícil que se registrara una contracción en 1T 25; y (2) el momento en el que el desembolso de gasto público tiene impacto en la actividad económica. Cabe señalar que en México es muy diferente en comparación con otros países porque la contabilidad fiscal en nuestro país es “en efectivo”, mientras que en la mayoría de los demás países es “devengada”. (“Descifrando el PIB”, 25 de febrero).
En cuanto a los resultados de Pemex, hay dos temas clave que tienen que ver con la manera en la que se utilizan los recursos y un tema muy relevante sobre cómo se obtienen los recursos y ambos están conectados. En cuanto a la utilización, Pemex tiene excelentes ingenieros en exploración y producción, y volvió a quedar claro ahora con el regreso de Ángel Cid a cargo de dicha área en la petrolera gubernamental, por lo que más dinero a la producción de petróleo crudo normalmente implica mayor producción y con altos niveles de eficiencia, a pesar de los retos que tiene con pozos no convencionales, entre otros. No obstante lo anterior, cuando se destinan recursos a la refinación, Pemex ha probado una y otra vez que no es eficiente. Falta de inversión histórica, falta de adopción de nuevas tecnologías y falta de cooperación e interacción con empresas del sector privado, entre otras cosas, la han llevado a observar esta dinámica. En pocas palabras, más refinación ha implicado más pérdidas.
En la obtención de recursos, Pemex tiene dos problemas muy relevantes. El primero es el altísimo costo de financiamiento, que no tendría que serlo, por ser una entidad respaldada por el Gobierno federal. Sin embargo, el hecho de que la garantía no sea explícita provoca un diferencial significativo entre los costos de financiamiento que el Gobierno federal enfrenta y lo que paga Pemex. El segundo es el manejo de proveedores. Por años, Pemex aprovechó que los proveedores fueran una fuente de financiamiento “gratis”, aprovechándose de que era un monopsonio local (i.e. la única empresa que demandaba ciertos bienes y servicios), a pesar de que esto haya implicado probablemente que los mismos proveedores hayan transferido sus propios costos de financiamiento a Pemex en los precios que le cobran. No obstante lo anterior, la mayoría de los proveedores ya no tienen la capacidad o la necesidad de continuar prestando sus servicios o con la misma calidad ante la falta de seriedad en los pagos. Desafortunadamente, este es un problema que ha ido creciendo y solo se han tomado acciones de corto plazo para atajarlo. Inclusive, considero factible que este problema haya explicado una parte importante de la caída en la producción en el cuarto trimestre del año pasado y en el primer trimestre de éste.
Lo más relevante desde el punto de vista de las finanzas públicas es que, en algún momento, al menos una de las tres partes que conforman “la triada” que instrumentó el expresidente López Obrador, conformada por: (1) Aumento de gasto social e inversiones poco rentables (e.g. proyectos ‘insignia’ y “rescate” de Pemex); (2) prudencia fiscal; y (3) hacer a un lado al sector privado, no iba a funcionar. No por nada, entre los cambios positivos que ha llevado a cabo la presidenta Sheinbaum, se encuentra el permitir al sector privado participar en el sector energético, incluyendo exploración y producción de petróleo. Lo malo es que ya no cualquier empresa está interesada. Lo bueno es que los empresarios de alto nivel en México que siempre han estado cerca del gobierno en turno –salvo por un tiempo con el expresidente anterior–, van a participar, poniendo el ejemplo. De todos modos, lo más importante que debe hacer el gobierno actual para poder continuar preservando el estatus de ‘grado de inversión’ de nuestro país, es un plan estructural para Pemex (“Urge plan para Pemex”, 4 de marzo).