México es un país que suele mirar a su pasado con gran frecuencia para repensarse a sí mismo. En este sentido, se podría afirmar que no es muy diferente a otras naciones. Sin duda cada comunidad – quizás cada persona – tiene necesidad de referirse a un momento fundador que le dio nacimiento. Y de ahí se suele pensar en tiempos de refundación: momentos axiales de reformulación y renovación. Estos momentos sirven como marcas en la evolución de una sociedad. Todo esto es entendible y, se podría decir, necesario.
Pero al igual que el pasado, las comunidades humanas necesitan vivir el presente e imaginar el futuro para realizarse, encontrarse y reencontrarse a sí mismas. O, dicho de otra manera, las sociedades están en perpetua necesidad de renovarse.
Porque así como una sociedad está en constante diálogo con sus orígenes, también lo está con su porvenir. El origen y el porvenir se actualizan en el presente.
Cuando una sociedad se obsesiona con su pasado se vuelve nostálgica. Nada malo hay en eso, excepto cuando la nostalgia promueve el inmovilismo.
Quizás ha llegado la hora de que los mexicanos comencemos a mirar tanto al futuro como lo hacemos con el pasado. Una mirada al porvenir nos permite renovarnos al pensar no solo lo que hemos sido sino lo que podemos ser.
Mirar hacia el futuro, además, se ha vuelto necesario debido a las grandes transformaciones tecnológicas y científicas que el mundo está viviendo hoy en día y que cambiarán muy pronto la forma en que vivimos.
Hoy necesitamos ejercer la virtud de la imaginación para poder utilizar las nuevas herramientas a nuestro alcance con el fin de edificar un México nuevo.
Muchos críticos de la cultura política mexicana han dado en el blanco cuando dicen que en nuestro país somos muy dados al gatopardismo: cambiamos para no cambiar.
Poner fin a esto debería ser imperativo para un México nuevo que debemos construir entre todos y todas.
En la década de los noventa, México – en lo que fue un logro de muchos – decidió poner fin al viejo autoritarismo. Muchos pensaron que ya habíamos arribado a la democracia liberal y al fin de la historia. Pronto nos dimos cuenta de que no era así y que habría tenido más sentido pensar que estábamos más bien en el inicio de la historia. Con el fin del PRI-Gobierno no estábamos en el crepúsculo sino en el alba de la historia mexicana. Para evitar el regreso del populismo tendríamos que haber trabajado para actualizar y renovar continuamente nuestras instituciones políticas y económicas. No lo hicimos, como país. Ese es el error original que ahora estamos pagando.
Pero ahora que hemos aprendido la lección podremos pensar a México de nuevo. El futuro es vasto, maravilloso y enigmático. Este debe ser nuestro nuevo horizonte. Nuestras batallas cruciales están en el porvenir.