Uno de los libros más interesantes escritos en los últimos años es Chip War: the Fight for the World’s Most Critical Technology, de Chris Miller. Se trata de un recuento fascinante y meticuloso sobre cómo la industria de semiconductores comenzó como una rama de la física cuántica, que posteriormente desarrollaron visionarios en Silicon Valley. Por una serie de razones esta tecnología viajó al Indo-Pacífico, sobre todo a Corea del Sur, Japón y Taiwán, donde se estableció en forma de superfábricas. Es en la isla de Formosa, donde termina consolidándose la fábrica más grande de chips del planeta la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited (TSMC). Miller nos cuenta cómo la Unión Soviética y China se quedaron atrás en la competencia por esta tecnología. En el primer caso porque el sistema soviético era constitucionalmente incapaz de abrazar las industrias digitales e informáticas. En el segundo caso, porque Mao Zedong estaba muy preocupado con su revolución cultural en vez de en la revolución de los semiconductores. Por eso, China no ha podido competir todavía de forma exitosa en el mercado de los chips.
La lección que nos da el libro de Miller es que las oportunidades para subirse en el tren del progreso tecnológico no deben desperdiciarse porque quizás no se vuelvan a repetir.
Esto podría estarle pasando a México desde que no pudo aprovechar con prontitud el dislocamiento de las cadenas de producción y distribución provocadas por la pandemia, sobre todo en el Indo-Pacífico. En vez de haber actuado con rapidez, el gobierno mexicano prefirió desmontar una parte importante de nuestras instituciones republicanas y consolidar su poder mediante la alquimia electoral. Su mayoría en el Congreso no refleja de ninguna manera el porcentaje de votos que recibió por parte de la ciudadanía.
Por ello, no podemos sino pensar que es un poco tarde y muy poco lo ofrecido en el anuncio de la presidenta de la República de una estrategia para convertir a México en una potencia en el desarrollo de semiconductores. Como parte del Plan México, la política industrial de este gobierno se anunció la puesta en marcha del Centro Nacional de Diseño de Semiconductores denominado “Kutsari”. La idea es que científicos mexicanos de instituciones públicas (curioso que no se hable de la contribución de las instituciones de educación privada) puedan contribuir con innovaciones tecnológicas al desarrollo de una industria mexicana de semiconductores. Para ello se plantea, entre otras cosas, modificaciones a la Ley Federal de Protección a la Propiedad Industrial (LFPPI). Se piensa que esto podría desencadenar la creatividad de científicos y tecnólogos para patentar más fácilmente sus invenciones. La idea no es mala. De hecho, debió de implementarse desde hace tiempo, quizás con otras características. El que los gobiernos pasados no hayan pensado en el porvenir no los coloca en una buena posición en la historia. Pero hay que reconocer que el régimen que nos gobierna se ha tardado enormidades en aprovechar una oportunidad de oro.
El país de “es mejor tarde que nunca” ha dado al menos un paso en la dirección correcta. Indudablemente algún esfuerzo tenía que hacerse para intentar colocar a México en lo que el sociólogo Alvin Toffler ha llamado la Tercera Ola de la adquisición de riqueza a través de la tecnología de vanguardia. No hay otra manera de que México prospere.