El 8 de marzo fue un momento para reflexionar sobre los avances y desafíos en materia de igualdad de género, particularmente en el comercio internacional. En un mundo donde el comercio impulsa el desarrollo, las mujeres han demostrado capacidad para innovar, enfrentar crisis y contribuir a crear economías más dinámicas y resilientes.
Hoy, el sistema multilateral de comercio, pilar de la estabilidad económica global, está liderado por mujeres del sur global. Ngozi Okonjo-Iweala en la Organización Mundial del Comercio (OMC), Rebeca Grynspan en ONU Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y Pamela Coke-Hamilton en el Centro de Comercio Internacional (CCI), han consolidado el papel del comercio como herramienta para el desarrollo, en un contexto de creciente proteccionismo e incertidumbre. Su labor demuestra que la diversidad en el liderazgo no es sólo deseable, sino clave para la toma de decisiones estratégicas.
Este modelo también debe trasladarse al sector empresarial. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), encabezado por Kristalina Georgieva, una mayor participación de mujeres en puestos de liderazgo resultaría en un mejor desempeño y rentabilidad de las empresas. Sin embargo, barreras estructurales como la falta de financiamiento, limitadas redes de negocios y escasa capacitación, entre otros factores, han limitado la posibilidad de que más mujeres se coloquen en posiciones de toma de decisión. Las mujeres empresarias son minoría en el sector productivo, por ejemplo, una de cada tres pequeñas y medianas empresas (Pymes) es propiedad de mujeres, en tanto que sólo 15% participa en comercio internacional.
Revertir esta situación responde a una lógica económica y exige de acciones concretas. Se necesitan políticas nacionales que aseguren que más mujeres participen en la economía. Los gobiernos desempeñan un papel fundamental al diseñar estrategias comerciales inclusivas que maximicen el potencial económico femenino. Por ejemplo, países como Canadá han impulsado estrategias para facilitar el acceso al crédito y la formación empresarial, mientras que, en África, Ruanda ha desarrollado políticas para integrar a más mujeres en los mercados internacionales mediante facilidades financieras.
Los gobiernos también tienen un rol clave en asegurar que las estrategias comerciales sean inclusivas para permitir que más mujeres accedan a los mercados globales. Con ello, los beneficios se multiplican en sus comunidades, se generan empleos formales y mejor remunerados, se reduce la pobreza y se promueve un desarrollo más equitativo. El comercio no es solo una transacción económica, es un catalizador de cambio social, y el liderazgo femenino debe ser parte de esa transformación.
En un entorno de automatización, inteligencia artificial, transiciones energéticas y reconfiguración de las cadenas de suministro, el liderazgo de las mujeres puede también aportar una visión integral orientada al desarrollo sostenible y la diversificación productiva.
El comercio internacional enfrenta una etapa de profundas transformaciones. En tiempos de incertidumbre, el liderazgo femenino en la gobernanza global y en el ámbito empresarial es más relevante que nunca. Ampliar su participación no es sólo una cuestión de equidad, sino una buena estrategia para fortalecer el crecimiento y la estabilidad económica global.