La reciente partida de José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay, ha reavivado el análisis sobre su legado político y, en particular, sobre cómo su estilo de vida austero y su coherencia ética han moldeado narrativas de campaña en América Latina. Mujica, conocido por rechazar los lujos del poder, vivir en su modesta chacra y donar gran parte de su salario, se convirtió en un símbolo de integridad y cercanía con el pueblo.
Durante su presidencia, Mujica promovió leyes progresistas como la legalización del cannabis, el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto, consolidando a Uruguay como un referente regional en derechos civiles. Sin embargo, más allá de sus políticas, fue su estilo de vida el que capturó la atención internacional y se convirtió en una herramienta poderosa de comunicación política. Uno de los emblemas más poderosos de esa narrativa fue su histórico Volkswagen—el “vocho” celeste de 1987—, el cual rechazó vender incluso cuando recibió ofertas superiores a 1 millón de dólares. Ese auto se volvió símbolo de que su austeridad era real, no discursiva.
La narrativa de la austeridad, personificada por Mujica, ha sido adoptada y adaptada por diversos líderes y candidatos en América Latina. Por ejemplo, en México, algunos aspirantes han enfatizado su origen humilde y han evitado campañas ostentosas para conectar con el electorado. Recientemente, Morena institucionalizó la narrativa de la austeridad como parte de su identidad política.
En Colombia, aspirantes al Concejo de Bogotá han centrado sus propuestas en la cercanía con las comunidades, en parte buscando emular la autenticidad que caracterizaba al exmandatario uruguayo. En otros países, candidatos han optado por transportarse en bicicleta o renunciar públicamente a privilegios, intentando proyectar una imagen de sencillez y congruencia.
Esta estrategia de comunicación política, centrada en la austeridad y la autenticidad, busca generar confianza en un electorado cada vez más escéptico de las élites tradicionales. La coherencia entre el discurso y las acciones se convierte en un mensaje poderoso que resuena con las exigencias ciudadanas de transparencia y honestidad.
No obstante, es importante subrayar que esta narrativa solo es efectiva cuando proviene de una autenticidad genuina. A nivel local, por ejemplo, el viaje de Gerardo Fernández Noroña a Estrasburgo, le costó al Senado 157 mil 594 pesos. Él viajó en primera clase y, tras la polémica, repuso 66 mil 206 pesos, por lo que la erogación oficial con cargo al Senado quedó en 91 mil 388 pesos un precio aún alto.
El caso del presidente del Senado ha sido utilizado por la oposición como bandera para criticar el discurso de austeridad de la 4T. Episodios así exhiben que, si el relato no coincide con la conducta, puede volverse en contra.
El electorado actual, informado y crítico, detecta con facilidad las inconsistencias entre lo que se dice y lo que se hace. Por ello, quienes busquen inspirarse en el legado de Mujica deben hacerlo desde la convicción, no como una estrategia cosmética de marketing político.
En conclusión, la figura de José “Pepe” Mujica ha dejado una huella indeleble en la política latinoamericana, no solo por sus políticas progresistas, sino por su ejemplo de vida. Su legado continúa inspirando a líderes y ciudadanos que creen en una política más humana, cercana y, sobre todo, coherente.