Mucho se ha escrito sobre los rasgos de los regímenes populistas, no importa si éstos se definen de izquierda o de derecha; ahora no hay que recurrir a un lejano pasado o a una elaboración teórica sofisticada —que sin duda se requiere—; la realidad inmediata los muestra tal cual son.
El presidente norteamericano convocó al Congreso; aquí la presidenta llama a una concentración en el Zócalo. En ambos casos se trata de un espectáculo para sus respectivas bases de simpatizantes con formas y contenidos similares.
Por lo que hace a la forma, todo se centra en la figura del líder; es éste el que acapara la atención, el que hace su diagnóstico, dicta lo que hay que hacer y expone su visión de futuro, y en torno de ello justifica las medidas que ha tomado. Se trata de simplificar la compleja realidad con frases cortas, prácticamente de sentido común, que sean replicables de inmediato y permitan distinguir con toda claridad entre los amigos y los enemigos.
Donald Trump lleva las cosas al extremo, se compara con George Washington y afirma incluso que es mejor presidente que aquel. Esto que podría parecer una exageración no está lejos de lo que Andrés Manuel López Obrador hizo al proclamarse edificador de una cuarta transformación; con ello se equipara a Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas y a otros más héroes patrios.
El fondo, por demás elemental: para Trump, la recuperación de la grandeza del imperio; para Claudia Sheinbaum, la defensa nacionalista frente al imperio. El nacionalismo es el común denominador, la Madre Patria, esa amalgama ideológica que nos identifica dentro de un territorio. Y quien no esté de acuerdo no merece compartir el gentilicio.
La narrativa es la más simple, la lógica amigo-enemigo. En el caso de Trump, el enemigo doméstico es Biden y los demócratas; en el caso de AMLO, fueron Salinas de Gortari, Calderón, el PRIAN y los neoliberales. Para el norteamericano, además, el enemigo está en el exterior y es todo aquel que amenaza su seguridad, economía y el que se oponga a su centralidad, trátese de chinos, rusos, coreanos, europeos, canadienses o mexicanos. Sus aliados son quienes aceptan relaciones bilaterales y coinciden ideológicamente; he ahí la corta lista de invitados a su toma de posesión.
Los líderes populistas no esperan el juicio de la historia; se proclaman hacedores definitivos de la misma, y con ello próceres que están, a nombre y beneficio del pueblo, inaugurando una nueva época. Consideran que al pasado reciente hay que derruirlo para edificar un futuro que recupere lo que consideran lo mejor de la historia de cada país. He ahí los paralelos entre AMLO, Trump, Milei, Chávez y Orbán, para solo citar a personajes cercanos.
Heredera de la tradición obradorista, la Dra. Sheinbaum convoca a la nación al Zócalo capitalino en defensa de la soberanía nacional ante la amenaza de “un extraño enemigo”. ¿Cuántas veces no hizo lo mismo su antecesor? Como candidato y como presidente, usó la plaza más simbólica del país para informar al pueblo y potenciar el volumen de su discurso.
En esta ocasión, la concesión de un mes más en la aplicación de los aranceles hace que el evento capitalino adquiera, además del rasgo combativo, un tono más festivo antes de detonar el “mexicanos al grito de guerra”. Mientras esté abierta la posibilidad de una negociación, no hay que blandir aún las espadas.
Lo que se avizora como un rasgo distintivo de la Dra. Sheinbaum puede ser su pragmatismo para que el afán imperialista de Trump no se le venga encima en un plazo tan corto, por lo que está dispuesta a hacer concesiones a costa de la soberanía nacional —seguridad y migración—, seguramente pensando en paliar un poco el costo económico que la amenaza trumpista implica y tener tiempo para no depender tanto de la economía norteamericana y abrir otros mercados, aunque eso bien se sabe que puede llevar décadas.
La amenaza externa le viene “como anillo al dedo” para culparla del deterioro económico, producto de decisiones de su antecesor y de la suya al dar continuidad a un programa económico insostenible, ya que acumula inversiones públicas improductivas y altos costos de paliativos envueltos en programas sociales.
Lo que llama la atención es que no voltee a Canadá, cuyo primer ministro ha seguido una ruta distinta. Trudeau, después de constatar que por las “buenas” no se podía (recordemos su visita a Mar-a-Lago), fue endureciendo su posición de negociación para afirmar que, si de aranceles se trata, contestaría una por una. Pero no quedó todo ahí; se trasladó a Londres a la reunión de la Unión Europea para cerrar filas en torno a Ucrania, pocos días después de la emboscada a Zelenski en la Casa Blanca.
¿Cómo enfrentar todo esto? Los populismos se envuelven en la bandera como una forma de legitimarse y ocultar, frente al gran público, la complejidad del momento. Ojalá y todo quedara en ello; la historia nos demuestra que, por lo general, los populismos, tanto de izquierda como de derecha, envueltos en pretensiones nacionalistas e imperiales, no concluyen solo ahí, sino que tienen finales trágicos.
El freno a Trump puede estar en los fuertes intereses empresariales y en que la inflación detone un descontento social ante el alza de los precios. En nuestro país, ante la debilidad de la oposición y un empresariado dividido en sectores y regiones, velando por sus propios intereses, el freno es la crisis de las finanzas públicas, la inhibición de la inversión y la insostenibilidad de los programas sociales.
POSDATA: Un mismo día y dos caras: cientos de miles de mujeres en las calles haciendo oír su voz y, por el otro, una presidenta encerrada en su Palacio incapaz de escuchar. Al parecer con ella no llegaron todas.