Aunque la incertidumbre generada por el manejo errático de los aranceles por parte de Donald Trump no se ha disipado del todo, el anuncio que hizo este miércoles desde la Casa Blanca deja claro que va en serio con el tema. Las amenazas no eran un bluff ni una mera estrategia de negociación, como tanto se dijo en un principio. Mediante una orden ejecutiva, el presidente impuso aranceles recíprocos —que van de un mínimo de 10 a un máximo de 46 por ciento— a casi todos los países con los que Estados Unidos mantiene relaciones comerciales. México y Canadá quedaron fuera de la lista.
Ayer, en el Museo Nacional de Antropología, la presidenta reaccionó a lo anunciado por Trump. Aunque en su discurso abordó temas similares —como la soberanía, la autosuficiencia y las manufacturas nacionales—, sus posiciones son muy distintas. La gran diferencia es que él plantea estas ideas como un rechazo frontal al libre comercio, mientras que Sheinbaum no. Ella entiende la importancia del T-MEC y el peso que tienen las exportaciones a Estados Unidos para la economía y el empleo en México. Como quedó claro en su respuesta, en los planes de Sheinbaum no está denunciar el libre comercio, ni confrontarse con Trump, ni poner en riesgo el tratado comercial.
En su discurso, la presidenta retomó mucho de lo que ya sabíamos desde el anuncio del Plan México, al que sumó nuevas iniciativas, con el mensaje implícito de que no todo depende de Trump y sus decisiones. Al final, quiso dejar claro que, si bien las exportaciones son cruciales para el crecimiento de nuestra economía, el fortalecimiento del mercado interno también lo es. Lo primero lo cuidará manteniendo el diálogo con el gobierno de Trump; lo segundo lo impulsará a través de las acciones delineadas ayer. Al menos, esos son los planes.
La decisión de imponer aranceles responde a una postura que Trump ha sostenido durante años, no a una ocurrencia. Aun así, es la apuesta más arriesgada de su segundo mandato. Incluso si lograran los efectos que él espera —el regreso de manufacturas, una balanza comercial más equilibrada y mayores ingresos para el gobierno—, algo que la mayoría de los economistas duda, nada de eso ocurriría de inmediato.
En cambio, ya se percibe el nerviosismo en los mercados y las bolsas van en picada. Además, hay consenso en que la medida encarecerá los bienes que consumen los estadounidenses. Y nada de eso le suma políticamente a Trump, máxime cuando ancló su candidatura en buena medida en el malestar de los electores con los aumentos de precios durante el gobierno de Joe Biden.
Si los mercados continúan a la baja y la inflación se acelera, Trump podría quedar en una posición política vulnerable de cara a las elecciones intermedias del próximo año. Sería un problema generado por él mismo, muy distinto al que enfrentaría Sheinbaum, quien, desde el inicio del vaivén arancelario, ha optado por una estrategia más cautelosa, orientada a minimizar los daños potenciales de una embestida externa.
Una primera lectura de lo anunciado ayer es que a México no le fue tan mal. De hecho, muchos de los encabezados de los diarios nacionales sugieren que México la libró, lo cual es cierto solo si hablamos de los aranceles recíprocos. No podemos olvidar que persisten los que ya nos había impuesto por el tema del fentanilo y la migración, al acero y aluminio, y a los automóviles y autopartes.
Además, está el impacto que los aranceles pueden tener en el crecimiento de la economía de Estados Unidos. Si, como algunos sugieren, esta decisión empuja al país a una recesión, México inevitablemente se verá afectado. Es decir, aunque en términos relativos no hayamos sido tan afectados por los aranceles como otros, la estrecha vinculación de nuestra economía con la del vecino del norte hace imposible que escapemos a ese golpe.
Es cierto que, a diferencia de Trump, Sheinbaum tendría a quién culpar si México es arrastrado a una recesión. De hecho, podría ser la excusa perfecta para responsabilizar a otros de una situación económica ya complicada por la precariedad de las finanzas públicas y decisiones como la reforma judicial, entre otros factores estrictamente internos.
Pero lo cierto es que, aunque pueda construir un argumento para desplazar responsabilidades, una recesión complicaría el panorama para Sheinbaum y su gobierno. Tiene a su ventaja que en México no hay, como en Estados Unidos, una oposición capaz de constituirse en una alternativa. Además, no hay elecciones federales sino hasta 2027, casi un año después de las que enfrentará Trump.
Aun así, un escenario de recesión, sobre todo si es prolongada, limitaría enormemente su margen de maniobra y muy probablemente desgastaría su liderazgo. Así como resulta muy aventurado decir que México la libró, también lo es pensar que la presidenta ya esquivó el golpe.