Huatulco. Hacía mucho tiempo que no iba a ese destino en donde las bahías que lo conforman son su principal atractivo y recientemente tuve la oportunidad de regresar en compañía de tres jóvenes talentosas a las que les gusta comer bien.
Una de ellas tendría que asistir a la cena de premiación de un Rally automovilístico que se corrió por las sinuosas carreteras de Huatulco, mientras que las otras dos y yo nos quedamos a la deriva gastronómica.
Así que llamé al sponsor, que no estuvo de cuerpo presente en este viaje, para que se enfocara en la tarea de buscar diversas opciones para cenar. Entre todas elegimos Otto, un restaurante ubicado en el Quinta Bella, un hotelito junto al mar en la Bahía de Chahué.
Con apenas 100 habitaciones, más que un simple hotel es un complejo gastronómico con siete restaurantes diferentes y varios comandados por chefs que se han formado internacionalmente.
Dicen las malas lenguas que un empresario compró el hotel y como a su esposa le gusta comer bien decidió montar ese abanico culinario para que su compañera de vida satisfaga su afición de buen diente. ¿Me estás leyendo sponsor? Comparto esa afición.
Leña de otro hogar
La mayoría de estos comederos se encuentran alrededor de la alberca y Otto está al fondo, colindando con la playa, por lo que la vista desde la terraza es muy bonita.
La carta está basada principalmente en alimentos cocinados a la leña o al carbón, con influencia franco-mexicana, técnica que seguramente el chef Raúl Ocaranza, adquirió durante su paso por la cocina de Oswaldo Oliva, chef de los restaurantes Lorea y Alelí en la Ciudad de México.
Su propuesta contiene ingredientes frescos y principalmente de la localidad para dar vida a platillos con equilibrio entre el sabor, la presentación y de calidad.
Como los ribs de elote amarillo en forma de bastones cortados con todo y olote que estaban fritos en mantequilla y venían acompañados de aioli de hormiga chicatana y espolvoreados con queso cotija, la presentación asombrosa, parecían tentáculos de pulpo en versión vegetariana.
Haciendo honor al Glotón Fisgón que las tres llevamos dentro decidimos pedir otra orden adicional de esta entrada de sabor memorable.
Bere, la más joven con apenas 12 años, ordenó un filete “Au Poivre”, es decir a la pimienta, con la carne en su punto y los sabores aromáticos de ese condimento verde acompañado de una guarnición de papas que se devoró.
Mientras que Fer, una quinceañera un poco triquis y exigente con la comida se decantó por una hamburguesa de res con quesos manchego y cheddar, con cebolla caramelizada en jugo de res y papas fritas sazonadas con queso grana padano y aceite de trufa. A esta crítica gastronómica incipiente le pareció que la carne estaba un poco dura, por lo que volcó su atención en la guarnición de papas.
Por último, yo opté por unas mollejas de res a las brasas, perfectamente doradas en la parrilla, servidas con una ensalada de frijoles, pico de gallo y salsa verde cruda, acompañadas con tortillas de maíz recién hechas a mano. La consistencia suave de la carne con la costra crocante del dorado adquirido con paciencia, me parecieron simplemente deliciosas.
La cena concluyó con una amena velada, entre risas y burlas hacia Majo que tuvo que participar en una cena de hotel masiva, es decir, lo mismo para todos, aunque no te gusten los productos que naden.
La verdad me quedé picada, deseo regresar en otra ocasión a Otto para probar las bolitas de maíz rellenas de huitlacoche con crema de quesillo o la crema de almeja y hongos cremini; o quizá el tartar de res enchilado o los mejillones en salsa remoulade y si me apuran hasta los ñoquis de requesón con langosta.
Y si regreso pronto será con el sponsor para que pruebe algunas de estas viandas bañadas con un buen vino o un coctel de la mixología de Otto, que no pude disfrutar por ir en compañía de menores de edad.