La Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado motivó a ciertas corrientes políticas en Estados Unidos a adoptar un fuerte proteccionismo económico.
La emblemática Ley Smoot-Hawley, aprobada en 1930, elevó aranceles a más de 20 mil productos extranjeros, con la esperanza de proteger su economía interna. Sin embargo, su efecto fue devastador, tanto para el comercio global como para economías estrechamente vinculadas a Estados Unidos, como la mexicana.
Hubo un gran impacto económico por los aranceles, tanto en México, como en muchos otros países, y se dio de facto una crisis económica mundial que fue conocida por la historia como la Gran Depresión.
Las lecciones que derivaron de ella, llevaron años después a la creación del GATT (Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio) y más recientemente a su transformación en la Organización Mundial de Comercio (OMC). Estas organizaciones se fundaron sobre la base de que el libre comercio era mejor para todo el mundo. Esos hechos no pueden olvidarse en la coyuntura presente.
México, entonces altamente dependiente de sus exportaciones de petróleo y minerales, fue uno de los primeros países en resentir las barreras arancelarias. En apenas dos años, sus ventas a Estados Unidos cayeron a dos terceras partes respecto a 1929.
El impacto fue demoledor: entre 1929 y 1932, el PIB mexicano se contrajo en poco más de 20 por ciento. A esto se sumó una política fiscal conservadora, con recortes de gasto y rigidez cambiaria, que agravó la recesión interna.
La crisis en México se sintió desde 1929, con una caída del PIB de 3.7 por ciento, según la Estadísticas Históricas recopiladas por el INEGI. En el año de 1930 se acentuó la caída y la economía retrocedió en 6.6 por ciento.
En 1931 pareció haber terminado la crisis, con un alza del PIB de 3.5 por ciento, solo como preludio de la peor caída de todas, la de 1932, cuando el retroceso fue de 14.8 por ciento.
La incertidumbre comercial y el colapso del comercio bilateral dejaron al país en vilo. Si bien el comercio exterior de México era limitado, la alta dependencia a las exportaciones de materias primas a Estados Unidos, fue el factor que propició una gran afectación.
A partir de 1932, México rompió con su ortodoxia económica. Devaluó el peso, permitió su flotación y fomentó una política activa de sustitución de importaciones.
Al encarecer los productos importados, la industria nacional ganó terreno en bienes de consumo, lo que redujo la participación de productos extranjeros del 21 por ciento, en 1929, al 9 por ciento en la década siguiente. El país también expandió moderadamente el gasto público y aprovechó el repunte de la plata y el descubrimiento de nuevos yacimientos petroleros. Se gestó así una transformación estructural hacia un modelo de desarrollo interno e industrial.
La ofensiva proteccionista tomó al país en el proceso de construcción de instituciones. En 1929 se había fundado el Banco de México. Pero en lo político, en 1928 había comenzado el periodo denominado como “el Maximato”, con Emilio Portes Gil como presidente de México, pero con el poder realmente en manos del llamado “Jefe Máximo”, Plutarco Elías Calles.
Es decir, aún no lograba cuajar un nuevo sistema político en el país, lo que ocurrió en buena medida, hasta el sexenio de Lázaro Cárdenas, que comenzó en diciembre de 1936. La respuesta mexicana al proteccionismo de Estados Unidos sentó las bases de una economía más diversificada.
Para 1935, el mercado interno lideraba la recuperación. Las industrias textil, alimentaria, eléctrica y cementera crecieron al calor del nuevo modelo. Esta orientación industrialista se consolidó durante las décadas de 1940 a 1960, en lo que se conocería como el “milagro mexicano”, caracterizado por altas tasas de crecimiento, urbanización y menor dependencia externa. Así, una crisis impuesta desde fuera obligó a repensar las bases del crecimiento económico nacional.
La Ley Smoot-Hawley no solo perjudicó a México. Más de 25 países respondieron a Estados Unidos con los hoy célebres aranceles recíprocos, iniciando una espiral de restricciones que colapsó el comercio global.
Entre 1929 y 1932, el valor de las exportaciones mundiales cayó un 33 por ciento. Esto agudizó la Gran Depresión, al reducir ingresos, frenar la producción y multiplicar el desempleo. Países como Chile, Cuba y Brasil, también dependientes de las commodities, sufrieron caídas más severas que México. La política de “empobrecer al vecino” demostró ser una receta para el desastre.
El proteccionismo tuvo efectos paradójicos: al encarecer las importaciones, contrajo el consumo; y al provocar represalias, redujo el mercado para exportadores. El comercio internacional, lejos de ser una válvula de alivio, se volvió una víctima colateral. Hacia 1933, el mundo estaba sumido en una parálisis comercial sin precedentes.
El desastre dejó enseñanzas profundas. En 1934, EU dio marcha atrás con el Reciprocal Trade Agreements Act, que permitió negociar reducciones arancelarias bilaterales. En los 13 años siguientes, EU firmó acuerdos con 29 países, y su tarifa promedio bajó sustancialmente. Este giro sentó las bases para una mayor apertura comercial.
La lección de un desastre casi universal fue aprendida.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las potencias aliadas quisieron evitar repetir los errores de los años treinta. En 1947, un total de 23 países suscribieron el GATT, primer gran acuerdo multilateral para reducir aranceles y evitar conflictos comerciales.
Por cierto, México decidió unirse al GATT hasta el mes de agosto de 1986.
Décadas después, este marco evolucionaría en la Organización Mundial del Comercio. El objetivo: blindar el sistema comercial contra decisiones unilaterales que pudieran hundir al mundo otra vez en la incertidumbre.
Durante buena parte del siglo XX, el país mantuvo su modelo de industrialización protegida. Solo hacia finales del siglo pasado se sumó plenamente a la integración global. Aun así, las lecciones de la Gran Depresión nunca se olvidaron: el proteccionismo indiscriminado puede ser más destructivo que cualquier crisis financiera.
Las reformas proteccionistas estadounidenses de los años 30 dejaron huella. Sin embargo, hoy las lecciones parecen haberse olvidado.
En México, precipitaron una crisis, pero también catalizaron un giro histórico hacia la industria.
A nivel global, agudizaron la depresión y frenaron el crecimiento. El mundo aprendió que el comercio necesita reglas, previsibilidad y cooperación.
La historia demuestra que el proteccionismo extremo cuesta más de lo que protege, una lección que hoy sigue tan vigente como hace casi un siglo.
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