Un viernes, acabó la preparatoria en el CCH. El lunes, estaba en un pequeño pueblo en Arkansas, becado para jugar tenis en una universidad que no satisfacía sus expectativas, entre personas que hablaban un idioma que le era ajeno. “Todo era tristeza y nostalgia”. Félix Fernández se desahogaba en largas cartas que escribía a su familia, a sus amigos y a sus conocidos, aunque hubiera pasado tiempo sin saber de ellos, como sus compañeros de primaria. Lo importante era escribir para resistir. Así lo hizo hasta 1985, cuando el terremoto de la Ciudad de México estropeó las comunicaciones durante meses. Sólo las cartas, que leía debajo de la portería de la cancha de futbol, apaciguaban su desánimo. La falta de respuestas en su buzón lo rebasaron. Dejó Arkansas, pero no todo fue en vano: decidió que lo suyo era jugar futbol y dejó las raquetas.
Fernández pasó ese invierno con un tío en el norte de Estados Unidos y después se fue a Europa, donde le robaron todo, incluso el boleto de avión. Con el pasaporte y 100 dólares, trabajó durante meses para sobrevivir y comprar un boleto de regreso. “Esos meses supe que era capaz de vivir sin comodidades, sin nadie alrededor, sin tener qué comer o dónde dormir. Fue una experiencia muy fuerte que marcó mi vida”.
Cuando regresó a México, determinado en representar al país como portero, sucedió todo muy rápido. “Las cosas se me fueron dando. Menos de un año después entré al futbol profesional, a un equipo de segunda división y me seleccionaron para la selección juvenil de México”. Jugó un mundial juvenil en Canadá y después entró al Atlante.
Fernández no quería seguir los pasos de su padre, tenista, ni de sus hermanos, destacados algunos en el campo de la psicología y la comunicación. Le pesaba ser el hijo de o el hermano de, porque es el décimo de 10 hijos. “Por eso quise dedicarme a una actividad diferente”, una actividad en la que no hubiera destacado ninguno. El futbol fue eso para Fernández: “Uno juega a la pelota de chavillo, después uno juega al futbol y cuando se convierte en profesional, hace futbol porque hay que hacerlo. El aspecto lúdico desaparece. Aquel que diga que se divierte siendo futbolista profesional, no te diría que te miente, pero creo que lo puede disfrutar, pero divertirse es otra cosa”.
El 11 de enero de 2000, en su cumpleaños 33, a Félix Fernández se le escurrió el balón entre las manos y entró a la portería. El Atlante perdió un partido importante contra el Cruz Azul. Ese domingo iba a celebrar en grande. Se suspendió el festejo y el portero se quedó solo. “No quise ir a festejar. Me quedé solo”. Esperaba una revancha, cosa cotidiana en el deporte, pero no la tuvo. “El entrenador me sacó de la alineación titular, fui a la banca y no volví a jugar con el Atlante. Cuando acabó el torneo me pusieron transferible. No podía creer que ese sería mi último partido en Atlante. No podía aceptarlo”.
Fernández jugó un tiempo en el Celaya y logró volver al Atlante, pero no como titular. Lo angustiaba no jugar. “Pasó mucho tiempo para que redimiera lo que me había pasado aquella vez, y fue muy doloroso porque no tuve la oportunidad de ir al Mundial de 1998. Estaba siendo considerado, pero al dejar de jugar, también dejé de ser candidato y ese fue uno de los de los momentos más tristes y más difíciles en mi carrera”.
-¿Más que retirarte?
-Sí, porque el retiro no te pesa en el momento, te pesa después, cuando poco a poco te das cuenta de que no cabes en tu casa en las mañanas, ni los fines de semana y que tienes que encontrar algo que te genere la plenitud que te daba la cancha, pero esa plenitud no la vas encontrar en ningún otro lado.
-De joven querías separarte, figurativamente, de tu papá y de tus hermanos, pero escribes, has hecho radio y televisión. Finalmente, acabaste en la comunicación.
-Pero no haciendo teoría como mi hermana (Fátima Fernández Christlieb).
-Ambos escriben.
-Es cierto que hay una contradicción, pero lo he hecho todo a mi manera. Sí quería ser uno más en mi familia que escribiera.
En 2005, Fernández recibió por segunda ocasión una oferta para hacer televisión como comentarista. Rechazó la primera oferta porque estaba concentrado en la creación de una representación de futbolistas –la Comisión del Jugador de la Federación Mexicana de Futbol– que buscaba proteger sus derechos, y que todavía no estaba consolidada.
Más adelante, se creó Univisión Deportes. En 2012, Félix Fernández recuperó exposición, pero en 2019 la fusión con Televisa y la pandemia le cerraron la puerta. Televisa no le dio condiciones óptimas en su nuevo contrato. En 2024 se acabó su programa, La República Deportiva (que fue nominado al Emmy como mejor show de deportes en español), y el contrato mismo.
Años después, Fernández vio su salud comprometida. Como la suya, y mucho peores, abundan las historias de futbolistas retirados que padecen severos problemas de salud, algunos a consecuencia de lesiones deportivas, como las cerebrales, ocasionadas por los reiterados golpes en la cabeza. Agrega Fernández: “De hecho, en Estados Unidos está prohibido que los niños menores de 12 años cabeceen el balón. Hoy, en las canchas de futbol es raro el partido en el que no intervenga un doctor por una conmoción o por un golpe fuerte. Siempre hay un médico ajeno a los equipos, un neurólogo que evalúa si el jugador puede o no seguir, porque se han vuelto cada vez más recurrentes los golpes en la cabeza y las lesiones también. Con tal de seguir jugando, uno acepta tratamientos muy invasivos y al paso de los años hay que operarse porque uno ya no puede caminar bien, porque otro necesita una prótesis o tiene alguna adicción. Y muchos de los exfutbolistas de mi generación no pueden pagarse eso. Conozco casos, conmovedores pero terribles, entre ellos algunos del Atlante, que por las adicciones, porque los dejó la familia, porque están jodidos o porque no tienen trabajo, los aficionados del equipo los han mantenido hasta sus últimos días. Es, como dije, conmovedor, pero muy preocupante. Por eso, entre mis planes, está crear una fundación o institución que apoye a los exjugadores”.