Noticias recientes como la guerra arancelaria impulsada por Donald Trump, la entrega de 29 narcotraficantes a Estados Unidos por el gobierno de México, incluidos Caro Quintero, y hasta las más recientes controversias entre el gobierno de Claudia Sheinbaum con Washington por los adeudos de agua, o el cierre de la frontera al ganado mexicano por la plaga del gusano barrenador, hacen preguntarnos constantemente qué pasa con la política exterior y cómo puede ésta articular respuestas efectivas ante estos acontecimientos y muchos más a los que debe responder el gobierno mexicano.
A simple vista, la política exterior es el vínculo que tiene un país con el mundo. Sin embargo, su función principal es promover los intereses nacionales de un Estado frente a la comunidad internacional. Es decir, un gobierno debe encontrar, en el ambiente internacional, aquellos elementos que pueden ayudar a las necesidades internas de un país.
Por lo tanto, la política exterior sirve como un mecanismo para promover el desarrollo social, económico y político de una sociedad. Bajo esta lógica, la política exterior debe tener una íntima vinculación con la política interna.
Para el caso de México, la política exterior ha servido para otros propósitos. Por ejemplo, durante el régimen priista, esta funcionó como un mecanismo de control social.
Una política independiente frente a Estados Unidos y de solidaridad hacia América Latina servía para reducir el descontento social. Esa posición también ayudaba a generar consenso interno pues gran parte de la opinión pública estaba a favor de esas líneas de acción.
De esta manera, el PRI ganaba legitimidad interna, la cual no siempre se obtenía a través de las urnas.
Asimismo, esa política ayudaba a obtener votos en las elecciones porque los mexicanos buscaban un gobierno que enfrentara el imperialismo yanqui y defendiera a América Latina. Por lo tanto, la política exterior servía para fortalecer al grupo en el poder y no necesariamente para promover los intereses de la nación.
En los últimos años, la política exterior ha polarizado a la sociedad mexicana. Un sector importante está de acuerdo con una política de solidaridad a países latinoamericanos y de autonomía frente a Estados Unidos.
Incluso hay grupos que favorecen un acercamiento a naciones como Cuba o Venezuela. No obstante, existen amplios sectores que no apoyan ese tipo de vinculaciones y se oponen a la política que está siguiendo el gobierno en turno. Durante el gobierno de López Obrador, la política exterior generó efervescencia política debido a esa polarización ideológica.
Al inicio del sexenio de Claudia Sheinbaum, todo apunta a que habrá continuidad con la política exterior de López Obrador. Sin embargo, la nueva administración tiene una ventaja.
La mayoría de la población está de acuerdo con una política exterior que enfrente a los ataques de Donald Trump. En este contexto, es necesaria una política que realmente represente los intereses de la nación. Para ello, es necesario una política exterior de “Estado” y no de gobierno. La primera representa los intereses globales del país, mientras que la segunda favorece al grupo en el poder.
En esta coyuntura internacional, México necesita una política exterior inteligente y estratégica frente a los embates de Trump. Los intereses de la nación deben ser la variable determinante de las decisiones y las acciones hacia Estados Unidos.
El uso de los principios tradicionales de política exterior ayuda como estrategia. Pero esos principios normativos son insuficientes frente a Estados Unidos. Por lo tanto, el gobierno de México debe inyectarle una dosis de pragmatismo frente a los retos que representa el segundo gobierno de Trump.
El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Es doctor en Estudios Internacionales por la Universidad de Miami. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del CONAHCyT y es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Es presidente del Centro de Enseñanza y Análisis sobre la Política Exterior de México (CESPEM).