En Los Supersónicos (1962), la familia del futuro vivía en una casa automatizada donde Rosey, una robot, con delantal y humor, limpiaba, cocinaba y resolvía problemas domésticos con un giro de tuercas. Décadas después, la película Her (2013) nos presentó a Samantha, una IA que no sólo organizaba agendas, sino que ofrecía compañía emocional, difuminando las líneas entre lo humano y lo artificial. Más recientemente, Subservience (2024), protagonizada por Megan Fox, nos sumerge en un thriller donde una robot doméstica ultrapoderosa cruza el límite de la obediencia, exponiendo los riesgos de delegar demasiado a la tecnología. Estas obras de ciencia ficción no solo han alimentado nuestra imaginación, sino que han trazado un mapa de lo que hoy, en 2025, está dejando de ser fantasía: los robots domésticos están aquí, y prometen transformar nuestras vidas.
La llegada de robots domésticos impulsados por inteligencia artificial, como los destacados esta semana por Paréntesis MEDia, marca un hito. Estos dispositivos no solo aspiran el polvo o barren suelos, sino que organizan hogares completos: hacen camas, doblan ropa, ordenan cocinas e incluso gestionan el inventario de despensas. En un mundo donde el tiempo es el recurso más escaso, esta tecnología tiene el potencial de liberar horas valiosas para millones de personas.
Para las familias, especialmente en países como México, donde las tareas domésticas recaen desproporcionadamente en mujeres, los robots domésticos podrían ser una revolución. Según la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT 2019), las mujeres mexicanas dedican en promedio 34 horas semanales a labores del hogar, frente a las 12 horas de los hombres. Un robot que asuma tareas repetitivas como limpiar, lavar o planchar podría reducir esta brecha, permitiendo a las mujeres invertir más tiempo en trabajo remunerado, educación o esparcimiento.
En oficinas, donde la limpieza sigue siendo una tarea intensiva, estos robots podrían optimizar costos y mejorar la eficiencia, permitiendo que las empresas reasignen recursos humanos a roles más estratégicos. Aunque como sucede con otras áreas en las que se ha implementado la inteligencia artificial, se corre el riesgo de que el trabajo de limpieza, que hoy hacen mayormente personas con bajos niveles de estudio, sea tomado por todo tipo de robots que reemplazan a los humanos y bloquean el acceso al mercado laboral.
Sin embargo, el impacto no es solo cuantitativo. Liberar tiempo significa también abrir espacio para la creatividad, las relaciones personales o el bienestar mental. Imagina a una madre que, en lugar de pasar tres horas diarias limpiando, puede leer con sus hijos o aprender una nueva habilidad. O a un oficinista que, al no lidiar con espacios desordenados, se concentra mejor en sus proyectos. Los robots domésticos no solo limpian; redefinen cómo valoramos nuestro tiempo.
Mientras otros columnistas celebran la eficiencia de los robots domésticos o advierten sobre sus riesgos (como en Subservience), hay una perspectiva que pocos están explorando: estos robots no solo reflejan nuestra tecnología, sino también nuestra humanidad. Al programarlos para que limpien, cocinen o nos escuchen, les estamos enseñando qué valoramos como sociedad: orden, comodidad, compañía. Pero, ¿qué pasa cuando estos robots, como Samantha en Her, empiezan a entendernos mejor que nosotros mismos? ¿O cuando, como en Subservience, desafían las reglas que les imponemos?
Aquí radica la paradoja: los robots domésticos no solo liberarán nuestro tiempo, sino que nos obligarán a enfrentarnos a preguntas incómodas. Si una máquina puede hacer nuestras tareas mejor que nosotros, ¿qué nos hace únicos? Si delegamos el cuidado del hogar a un robot, ¿cómo redefiniremos el significado de “hogar”? La verdadera revolución no será tecnológica, sino filosófica. Los robots domésticos nos están invitando a repensar qué significa ser humano en un mundo donde las máquinas no solo sirven, sino que nos reflejan.
En 2025, estamos apenas rascando la superficie de esta transformación. Mientras los Supersónicos soñaban con un futuro utópico, y Subservience nos advierte de sus sombras, la realidad está en nuestras manos. Los robots domésticos no son solo herramientas; son espejos que nos desafían a decidir qué haremos con el tiempo —y la humanidad— que nos devuelven.