Hace unos días, The New York Times (NYT) publicó una nota señalando que Junro Ito, ejecutivo de Seven & i Holdings, matriz japonesa de 7-Eleven e hijo del fundador de la empresa, está preocupado por la pérdida de la esencia cultural que su padre inculcó en esta cadena minorista.
Con más de 85 mil tiendas en el mundo, 7-Eleven representa un pilar de la sociedad japonesa, y para Ito, esa esencia se resume en un principio que Peter Drucker, amigo cercano y asesor de su padre, ayudó a establecer: el propósito de una empresa es servir a sus clientes, no maximizar las ganancias para los accionistas.
En Japón, a diferencia de lo que ocurre en muchas empresas occidentales, las compañías y sus familias fundadoras tienden a priorizar las relaciones con clientes y comunidades, la estabilidad a largo plazo y la preservación de su cultura corporativa. Según el NYT, “las empresas niponas personifican un singular estilo más antiguo de capitalismo que no siempre prioriza los retornos a accionistas y la generación de ganancias”.
Este contraste no es menor. Gran parte del concepto de cultura organizacional que conocemos en Occidente se desarrolló para entender y replicar el éxito de las empresas japonesas durante las décadas de 1970 y 1980. Figuras como Edgar Schein y Geert Hofstede ayudaron a conceptualizar cómo los valores, creencias y comportamientos dentro de las organizaciones influyen en su éxito.
Estos estudios llevaron a reconocer que la cultura organizacional representa la esencia misma del comportamiento de las empresas frente a sus stakeholders: empleados, proveedores, clientes y comunidades.
Sin embargo, parece que estamos ante un cambio de paradigma en la gestión empresarial que nos acerca nuevamente al principio de Milton Friedman, quien sostenía que la responsabilidad principal de una empresa es maximizar las ganancias. Esto contrasta con movimientos recientes como el capitalismo consciente o ESG (factores ambientales, sociales y de gobernanza), que abogaban por servir a clientes, colaboradores y comunidades antes de maximizar el retorno a los accionistas.
De hecho, hace un año, señalábamos en este mismo espacio que, debido a presiones políticas y amenazas legales, las empresas ya no utilizan el término ESG.
Organizaciones como Coca-Cola han eliminado ESG de sus reportes y comités corporativos, optando por términos como “negocio responsable”.
En Wall Street, los fondos ESG están cerrando debido a la disminución de interés, y en el Foro Económico Mundial 2024 de Davos, Suiza, que recién concluyó la semana pasada, la frase fue eliminada del programa oficial tras haber estado en la agenda en años anteriores. En resumen, hablar de ESG en estos días es complicado (ESG, un tema de personas, 23 de enero de 2024).
También señalábamos que en 2023 se retiraron 13,000 millones de dólares de fondos que invierten en empresas con principios ambientales, sociales y de gobernanza, lo cual indicaba, señalé de forma retórica, que ESG tan solo fue una moda pasajera.
Y todo esto sigue. Hace unas semanas, BlackRock, liderada por Larry Fink, anunció su salida de la Coalición Climática patrocinada por las Naciones Unidas, marcando un cambio radical en su postura sobre la inversión sostenible.
Meta, por su parte, eliminó su política de “lista diversa” y disolvió su equipo de Diversidad, Equidad e Inclusión. Amazon está revisando sus iniciativas de diversidad, mientras que Disney resolvió una demanda por difamación mediante una contribución a la futura biblioteca presidencial de Donald Trump.
Este viraje no es trivial. Las empresas están respondiendo a presiones para alinearse con caprichos políticos. Lo que parecía ser un compromiso hacia una gestión más inclusiva y responsable está siendo reemplazado por un pragmatismo que prioriza exclusivamente la generación de riqueza.
¿Hacia dónde vamos? Todo esto representa un cambio cultural significativo. Estamos pasando de un extremo “woke” a otro donde se eliminan contrapesos y responsabilidades hacia la diversidad, inclusión, equidad y libertad, para enfocarse únicamente en la generación de riqueza.
Despedirnos de conceptos como negocios conscientes y ESG no es un cambio menor. A largo plazo, esto transformará el perfil y las competencias de nuestros líderes.
La ley de la selva empresarial, donde “sálvese quien pueda” y “haga tanto dinero como le sea posible”, amenaza con regresar a un estilo corporativo de los años 80. Sin diversidad, no hay talento. Sin talento, no hay cultura. Y sin cultura, simplemente no hay negocio.
El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.
Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx