MADRID.- La luminosa mañana del reciente sábado habrá de recordarse por años como uno de los momentos más gratos de estos tiempos de zozobra y rencor.
En torno al ataúd de madera sin brillo del papa Francisco, jefes de Estado, reyes y delegaciones de más de 100 países pudieron constatar que a la historia también se entra por la senda de la humildad y la buena fe.
Hayamos prestado atención o no a la sustanciosa homilía del cardenal Giovanni Batista Re, lo imborrable fue el ejemplo del sacerdote Bergoglio que salió en hombros y aclamado de la Plaza de San Pedro porque más allá de las palabras, con las que se equivocó tantas veces durante su pontificado, su mejor prédica fue con la vida misma.
Era algo insólito ver a rivales políticos intensamente poderosos escuchar juntos en la plaza vaticana al cardenal Batista Re la reiteración del papa Francisco contra la construcción de muros entre países, sus viajes a Lampedusa, Lesbos y la frontera de México con Estados Unidos para subrayar su cercanía con el sufrimiento de los migrantes.
El ejemplo de Francisco, expresado en la misa de despedida en San Pedro y su entierro en la basílica de Santa María la Mayor, fue un recordatorio de los puntos cardinales del orden moral común de la especie humana, hoy extraviados en la globalización de la indiferencia, los fanatismos y el egoísmo.
Donald Trump estuvo en el lugar natural que le corresponde al presidente del país líder de las democracias mundiales: junto a Starmer, Macron y Zelenski, en una charla informal en la sala adjunta a la basílica.
De los asistentes, muchos tienen distinta religión, o ninguna. Los reunió el ejemplo de congruencia de un papa humilde y tolerante, con gran fuerza moral.
Francisco no era un “tanque intelectual” ni un hombre con carisma por sí mismo, sino un cura malas pulgas, neurótico y depresivo que fue capaz de domar a sus demonios internos (todos los tenemos) y actuar como él lo pidió a los misioneros de su Iglesia: no hagan proselitismo, sólo imiten a Jesús.
La ceremonia del sábado puso nuevamente sobre relieve el valor fundamental de convivir en libertad, con respeto al que opina diferente, nutrirse de la pluralidad al escuchar a un pastor de la Iglesia que tal vez no sea la suya, como ocurrió.
Luego de la misa, el cuerpo del papa fue llevado a la basílica de Santa María la Mayor, donde lo esperaba una comitiva de 40 migrantes, transexuales, presos, refugiados y sin techo.
Hubo críticas a esta inclinación de Francisco por los marginados y despreciados porque consideran que es hacer apología de la pobreza o exaltación de los delincuentes. Es un error juzgar a un pastor con el mismo rasero que a un gobernante.
La función del gobernante es facilitar las condiciones para la creación de riqueza y sancionar o castigar hasta con cárcel a quien viole la ley, pues de lo contrario la sociedad no funciona.
Francisco, en cambio, era la cabeza de la iglesia de Jesús, que predicó lo siguiente como forma de vida: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve frío y me diste cobijo, estuve preso y me fuiste a visitar…” Estuvo, como Jesús, cercano a las prostitutas, a las que defendió de los que juzgan a la ligera. Lo escribió Cristo en la arena cuando iban a lapidar a María Magdalena: “El que esté libre de culpas que tire la primera piedra”.
Eso fue Jesús, al que representaba en la Tierra el papa Francisco. Y lo imitó, con todas las limitaciones de un ser humano.
Son, pues, tareas distintas las del gobernante y el pastor, como lo enseñó Jesús en una frase breve que la Iglesia ha olvidado por largos y tristes periodos de la historia: “Mi reino no es de este mundo”.
Será muy difícil que la Iglesia borre, en el siguiente papado, la sencilla lección de regreso a la humildad, de la vuelta a lo básico que dio Bergoglio
Seguramente exageró a veces, pudo haber sido teatral incluso, pero era indispensable el realce de esos ejemplos para evidenciar el mensaje.
Para algunos creyentes, que confían en lo que dijo el cardenal Re en su homilía (“la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Señor), habrá vuelto a tener vigencia el sermón de la Montaña:
“Bienaventurados los humildes de corazón porque ellos verán a Dios”.
Y es posible que algunos agnósticos o ateos logren coincidir con esas palabras de Jesús, con la modificación laica y maravillosa que introdujo Jorge Luis Borges en su compilación de Fragmentos de un Evangelio Apócrifo: “Bienaventurados los humildes de corazón porque ellos ven a Dios”.