La producción agropecuaria de México es cada año más insuficiente en cereales y oleaginosas. Si en el 2000 se producía en México el 61 por ciento de lo que consumíamos de esos alimentos básicos, este 2025 el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas estima cosechas que apenas cubrirían el 40 por ciento del consumo nacional.
No hay más que tres posibles fuentes de errores en esta situación, todas con antecedentes añosos: las políticas de gobierno, que no le han servido a una estructura agraria atomizada; esa estructura, según el censo agropecuario 2022, está conformada por el 82% de las parcelas con menos de 5 hectáreas y un 15% que posee entre 5 y 20 hectáreas.
Son minifundios para los que no se ha acertado a diseñar políticas y estrategias que las hagan más productivas; tan es así que en ese 97% de las tierras de labor del país se levanta algo cercano al 50% de la producción nacional de granos, con rendimientos que apenas fluctúan entre 2.22 (maíz) y 3.71 toneladas por hectárea.
En siembras de maíz bajo riego y en superficies de cientos de hectáreas, en gran parte rentadas, con uso adecuado de agroquímicos y de semillas certificadas, se logran rendimientos superiores a 8 toneladas por hectárea, aunque la mayor parte de las tierras irrigadas están dedicadas a producir frutas y hortalizas de exportación, con enorme éxito.
Pero en la alimentación básica a partir de maíz, arroz, trigo, frijol y oleaginosas, el país es inaceptablemente dependiente de importaciones que tienen que hacerse para cubrir entre el 55% del consumo (maíz amarillo) hasta cerca del 90% en otros productos, como arroz y oleaginosas.
La FAO advierte del peligro de una dependencia mayor al 30 por ciento de importaciones en alimentos básicos. La soberanía alimentaria es una de las varias condiciones que le permiten a cualquier país negociar a su conveniencia tratos internacionales o bilaterales; EU, el granero del mundo, ha ejercido su poderío mercantil en cereales al negarle ventas a Moscú por consideraciones geopolíticas.
Un paréntesis: otras condiciones para el sostén de negociaciones soberanas de México en el contexto internacional —además de la alimentaria— son la capacidad de autodeterminación en ciencia y tecnología, en fuentes propias de energía y en el manejo financiero del ahorro y crédito que, como bien se sabe, son frentes extremadamente vulnerables del país.
El temple nacionalista de la presidenta Sheinbaum, aunque no compensa las deficiencias de las premisas internas de la soberanía, es muy necesario. Para ciencia, tecnología y energía ha presentado planes concretos, aunque no así ante la banca extranjera que administra el ahorro nacional y lo asigna a su conveniencia.
Volviendo al tema de la soberanía en materia alimentaria. México tiene potencial para elevar su producción cerealera y de oleaginosas, como lo demostró hace 40 años el Sistema Alimentario Mexicano, que revirtió la pérdida de soberanía en varios de esos productos en menos de tres años. El problema entonces era básicamente reorientar el presupuesto del sector —sin agregarle ni un peso— en favor de un proceso sistémico que permitiría alcanzar metas de producción que cubrieran necesidades cuantificadas de consumo por población y regiones.
Hoy por hoy hay nuevos problemas, bastante graves: uno es que se han eliminado programas de gobierno que tienen crucial importancia y, dos, el calentamiento global que hace cada año mayores estragos por sequía en el centro-norte de nuestro territorio.
El programa para el desarrollo rural y soberanía alimentaria que presentó la presidenta Sheinbaum el 4 de abril reactiva programas como el crédito y el seguro agrícola con tasas subsidiadas del 9% y atención prioritaria a pequeños y medianos productores, que son el 97% de quienes trabajan la tierra.
También se retoman esquemas de comercialización y coberturas de precios que tienen la enorme importancia de dar certeza al productor desde que siembra, acerca del precio mínimo que recibirá por su cosecha. Se recupera también la asistencia técnica apoyada en la investigación científica, la sanidad vegetal y la disponibilidad y acceso a semillas de calidad.
¡Cómo no iba a ir en declinación la producción agrícola nacional sin crédito, seguro, asistencia técnica e insumos clave accesibles, en medio de una corrupción rampante! Además de restablecer apoyos públicos a la producción de básicos, hay que adaptar la estructura territorial de producción al cambio climático, y para ello, por primera vez, se otorgarán los mayores estímulos en las regiones del territorio donde hay agua; por fin se pone atención a la vinculación entre agricultura, políticas públicas y agua, condición que se había perdido y es clave para hacer alcanzables las metas de producción y soberanía alimentaria.