Durante siglos, la soberanía fue entendida como el principio que otorga a un Estado el control exclusivo sobre su territorio, su población y sus decisiones. Esta noción, surgió en la Europa del siglo XVII, y se apoyaba en símbolos claros: fronteras, ejércitos y banderas. Al parecer en México, por las declaraciones de la presidenta Claudia Sheinbaum y los congresistas, siguen viendo la soberanía desde este punto de vista histórico. Sin embargo, en el mundo de hoy –interconectado, interdependiente, vulnerable a ciberataques y gobernado por datos–, esa visión tradicional de soberanía es totalmente miope. Si no lo entendemos a tiempo, corremos el riesgo de quedar completamente expuestos.
Como lo he mencionado muchas veces en esta columna, los contextos cambian, y últimamente cambian con una velocidad vertiginosa. Hoy, un clic basta para paralizar sistemas financieros, interrumpir el suministro eléctrico o incluso desestabilizar gobiernos. No se requiere de una invasión territorial con ejércitos para violar la soberanía de un país. ¿Sigue siendo útil la vieja noción de soberanía?
El caso más reciente que pone en evidencia esta transformación es la captura y presunta extracción de Ismael “El Mayo” Zambada. Aunque no existen pruebas concluyentes de que agentes estadounidenses hayan operado directamente en México, el silencio de Washington y las múltiples versiones que circulan, incluida una posible traición interna orquestada por Joaquín Guzmán López, hijo de “El Chapo”, han motivado que tanto el expresidente Lopez Obrador como la presidenta Claudia Sheinbaum hayan exigido explicaciones y respeto a la soberanía nacional. El verdadero desafío va más allá del operativo: la soberanía mexicana ya viene siendo erosionada por factores menos visibles, pero igual de poderosos. ¿Cuánto del territorio nacional ya está bajo control del crimen organizado?
Se trata también de la capacidad de un país para garantizar el funcionamiento de su economía, proteger sus recursos críticos y asegurar la integridad de su infraestructura tecnológica. México, por ejemplo, depende del gas natural estadounidense. En 2021, una tormenta en Texas dejó al país al borde del colapso energético. ¿Puede una nación considerarse soberana si no tiene asegurado el acceso a los recursos que la hacen funcionar? ¿Qué pasaría si Trump ordena un impuesto a la exportación de gas? ¿Violaría eso la soberanía nacional?
Los ejércitos del siglo XXI ya no están formados solo por soldados, tanques, barcos y aviones, sino por especialistas en ciberseguridad, inteligencia artificial y defensa digital. Las violaciones a la soberanía se pueden realizar con códigos informáticos y algoritmos. Es por ello que los ejércitos modernos han dejado de ser solo infantería y armamento para convertirse en unidades especializadas en ciberseguridad. La capacidad de defensa ya no depende solo de ejércitos armados, sino de firewalls, inteligencia artificial y especialistas en seguridad digital. Sin estas herramientas, un país puede quedar a merced de ataques invisibles que paralizan su infraestructura crítica sin necesidad de cruzar una sola frontera.
El espacio digital es otro frente de disputa. Las grandes plataformas tecnológicas que concentran el flujo de información-servidores y datos en México no están en manos mexicanas. Redes sociales, motores de búsqueda y servicios financieros digitales operan bajo reglas impuestas en Silicon Valley. La soberanía ya no se limita a un territorio físico, sino a la capacidad de un país de garantizar su propio acceso a la información, proteger los datos de sus ciudadanos y evitar ser rehén de actores externos que tienen el poder de controlar sus redes.
Incluso la soberanía espacial se ha convertido en un tema crítico. Las telecomunicaciones, la navegación y la seguridad nacional dependen de satélites que, en su mayoría, tampoco están bajo control de México. La conectividad, el comercio y hasta el funcionamiento básico de la sociedad pueden verse afectados por decisiones tomadas desde el extranjero. La soberanía en el siglo XXI exige nuevas estrategias, inversiones y, sobre todo, que se abra el debate sobre estos temas.
México necesita repensar qué significa ser un país soberano en esta era. No basta con discursos patrióticos ni con proteger el territorio con militares tradicionales, si no hay capacidad real de defender la economía, la tecnología y la seguridad digital. Mientras seguimos viendo la soberanía con los ojos del siglo XVII, el mundo se mueve en direcciones que pueden dejarnos completamente vulnerables sin violar la “soberanía”, según la definición que nos ha dado la Presidenta.