Darle sentido a la política de Trump en comercio exterior ha sido todo un desafío, lo mismo para congresistas republicanos que para sus francos opositores, dentro y fuera de Estados Unidos.
Gran parte de los esfuerzos se enfocan a tratar de dilucidar cuáles pueden ser los propósitos y objetivos, muchos de ellos contradictorios, que esa política persigue.
El punto que mayor controversia genera, no sólo en el mundo entero sino al interior de la propia oligarquía estadounidense, es la imposición de aranceles “recíprocos” a las importaciones estadounidenses a partir del 2 de abril.
Trump dice estar convencido de que los déficit comerciales de EU con Europa, China, Canadá y México son una pérdida de valor de la que se apropia el otro país y que el suyo volverá a ser grande cuando se haya reducido el déficit comercial con el resto del mundo.
Es una tontería con la que se quiere ocultar el hecho de que desde hace varios años, la política comercial estadounidense se ha ido apartando del propósito elemental de cualquier economía, que es el de maximizar el beneficio propio, para tratar de impedir el ascenso económico de sus competidores, especialmente el de China.
Esa transformación de propósitos va dejando al descubierto que la prioridad no es la prosperidad de los ciudadanos estadounidenses, sino impedir que otras nacionalidades se fortalezcan en aspectos tecnológicos críticos, sean aliados o adversarios.
Es la política comercial convertida en instrumento de una lucha geopolítica, particularmente contra China, y también contra Japón, Europa, Canadá y México ante la cual, la propia oligarquía estadounidense está dividida en dos posiciones.
Una es la que llevó al poder a Trump para que oponga el nacionalismo proteccionista a una crisis geoestratégica provocada por la profunda restructuración de la economía global, motivada por los avances en tecnología digital, cuántica y en la emergente biocomputación ante la cual, el liderazgo global de Estados Unidos está en peligro.
En ese grupo actúan sectores tradicionales, como la industria petrolera, junto con las principales empresas tecnológicas de la era digital: Amazon, Apple, Alphabet (Google), Meta (Facebook), Microsoft, Tesla y Netflix.
Esos dos sectores disímbolos reclaman protección arancelaria y estímulos fiscales, la industria petrolera porque está amenazada por las tecnologías generadoras de energía no contaminante y las de la Era Tech, por las desventajas que tienen en aspectos críticos frente a sus competidores de China particularmente, aunque también de Japón y Europa.
Hay que decir que el dominio futuro del mundo será de quien alcance la supremacía en tecnología digital y cuántica para crear, almacenar, procesar y transmitir información en cualquier aplicación, desde la vigilancia personal y la espacial, hasta la logística militar.
En la posición contraria actúan las grandes corporaciones transnacionales dedicadas a las manufacturas y al financiamiento de inversiones; son otros segmentos de la oligárquica estadounidense.
A ellos se debe la formación de cadenas de valor buscando el abatimiento de costos, que se nos presenta desde hace décadas como globalización productiva y financiera.
Son, en su mayoría, empresas transnacionales de origen estadounidense que ni les conviene ni pueden “relocalizar” sus plantas industriales en territorio de Estados Unidos, ni pueden estar de acuerdo con la imposición de aranceles al vender sus productos en EU.
La integración transnacional de cadenas de producción y flujos financieros la vemos desde hace cuarenta años como el neoliberalismo globalizador, que abatió toda consideración de orden social o político en las decisiones del estado nación para ampliar las libertades de los negocios, lo que fue aprovechado por los más grandes y ha generado la mayor concentración de riqueza e ingresos en la historia moderna.
Hay que decir también que el manejo de la política comercial como recurso en la lucha geopolítica de EU contra China, perjudica a México.
China vende 11 veces más a México de lo que le compra y parte de esas ventas son autopartes que, según Trump, forman parte de los coches que aquí se ensamblan para venderse en Estados Unidos.
Ayer, Trump anunció la imposición de “un arancel del 25 por ciento a todos los automóviles que no se fabriquen en Estados Unidos. Si se fabrican en Estados Unidos, no hay arancel alguno”.
Bajo esa presión, Trump espera que México cierre su mercado a los productos chinos y usar a nuestro país como modelo para exigir que otras naciones tomen partido en la guerra comercial entre Estados Unidos y China.