Llegamos a la semana decisiva. Mañana, el gobierno de los Estados Unidos debe imponer aranceles a productos de México y de Canadá, aunque el efecto de tal amenaza se desvanece paulatinamente. Mi posición: no vendrán aranceles generalizados, acaso el sector automotriz está en riesgo.
Y ahora la relajación de directivos de empresas me hace pensar que incluso su aplicación tendrá un impacto menor al considerado inicialmente.
La calma impera
¿Quieren un ejemplo? Tomen a una empresa conocida, como Bimbo. Esto dijeron el jueves a los analistas financieros que preguntaron sobre el efecto que tendrían los aranceles para su negocio:
“Debo recordarles que tenemos 114 panaderías en los tres países, 60 panaderías en los Estados Unidos (…) Los productos y la naturaleza de los mismos hacen que se produzcan principalmente localmente en cada país, lo que nos permite cambiar la producción si es necesario y garantizar la continuidad del negocio y minimizar el impacto potencial”, dijo el director de Bimbo, Rafael Pamias, en concordancia con la narrativa, incluso, de fabricantes de productos muy distintos, como los automóviles.
El director de finanzas, Diego Gaxiola, abundó: “(Tenemos) algunas exportaciones de México a Estados Unidos, pero solo para darles un contexto, es menos del 10 por ciento de los ingresos en Estados Unidos”. Sus cálculos estiman que, incluso, un caso extremo de un arancel de 25 por ciento ocasionaría un impacto equivalente a “un punto porcentual” de sus márgenes de ganancia (EBITDA), indicador que cerró 2024 en 7 mil millones de pesos mensuales.
Traducido a pesos, quizás el golpe para Bimbo sería de poco más de 300 millones mensuales. No es poca cosa, pero no desviará a la empresa en su trayectoria.
¿En dónde estamos exactamente?
Hasta ayer, el secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, dijo que los aranceles sí van, pero que no sabe cuánto.
Como ejemplo de los ministros estadounidenses que mutan en florero, admitió que su voz es poco relevante: “dejaremos que el presidente y su equipo negocien exactamente cuáles son (los aranceles)”.
Así que, a unas horas de su aplicación, el propio secretario de Comercio de Estados Unidos admitió que ignora lo que deberá hacer este martes.
¿Ya vieron el tipo de cambio?
Hasta ayer por la tarde, un dólar valía 20.53 pesos, mucho más que en mayo, cuando coqueteaba con los 16 pesos, pero muy por debajo de los 25 pesos a los que cotizó en días de pandemia y más cercano al nivel que tuvo en 2021, cuando esa crisis global de salud se estabilizaba.
Lo que podría ocurrir en un caso extremo de aplicación de 25 por ciento de aranceles generalizada y duradera es una mayor depreciación de la moneda mexicana.
Vaya, los productos hechos en México se encarecerían en Estados Unidos por efecto de esos impuestos, pero al menos parte del golpe sería compensado al mismo tiempo con el abaratamiento del peso.
¿Leyeron ayer The Economist?
La revista inglesa escrita para economistas advirtió de una tendencia creciente: la era de los “Don”. En alusión a la película de El Padrino, los editores de la publicación resaltaron el nuevo modelo de la política global.
El modo con el cual el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su vicepresidente, James Vance, trataron al líder de Ucrania, Volodímir Zelenski, transparentó nuevas reglas de conversación entre naciones.
Más allá de que Zelenski llegó mal preparado al encuentro y perdió el control, esa accidentada reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca muestra que de ahora en adelante, las transacciones superan a la diplomacia, lo económico ya dejó al margen lo social, lo que a decir de estos ingleses, operará en contra de los estadounidenses.
No son los únicos que piensan así. También lo hacen empresarios agremiados en la poderosa US Chamber of Commerce y algunos inversionistas famosos:
“Los aranceles son, en realidad (…) un acto de guerra, hasta cierto punto”, dijo ayer Warren Buffett, del grupo inversionista Berkshire Hathaway. “Con el tiempo, son un impuesto sobre los bienes. Quiero decir, ¡No los paga el Hada de los Dientes!”, dijo Buffett riendo. “¿Y luego qué? Siempre hay que hacerse esa pregunta en economía. Siempre decimos: ‘¿Y luego qué?’”.