En Gravity’s Rainbow, la novela sobre la Segunda Guerra Mundial escrita por Thomas Pynchon, un ingeniero aeroespacial que prueba su último diseño se sienta en el punto exacto donde se esperaba que cayese el cohete balístico si todo funcionaba a la perfección. Piensa que las complejidades e incertidumbres de la nueva tecnología son tan grandes que una diana perfecta es el resultado menos probable.
Los economistas que intentan pronosticar el impacto de los aranceles del “Día de la Liberación”, del presidente Donald Trump, podrían llegar a una conclusión similar. Existe incertidumbre política: ¿quién puede saber si los aranceles se mantendrán o se negociarán para eliminarlos? Incertidumbre económica: ¿quién puede saber si los productores o los consumidores asumirán la mayor parte del costo? E incertidumbre en los modelos: ¿quién puede estimar el impacto de aranceles masivos cuando no hay experiencia reciente que sirva de guía?
Triple incertidumbre. ¿Qué hacer? El enfoque de Bloomberg Economics consiste en adoptar una variedad de enfoques. Para medir el impacto de los aumentos de los aranceles en el crecimiento y la inflación de Estados Unidos, utilizamos los resultados de un estudio de la Reserva Federal realizado durante el primer mandato de Trump. Para estimar el impacto en China, los países europeos y otras naciones, empleamos un modelo global de la Organización Mundial del Comercio.
Además, analizamos datos tanto de importaciones como de inflación para ver cómo las acciones de Trump ya están afectando a la economía. Los resultados muestran que una subida histórica de aranceles tendrá un impacto histórico. Las últimas decisiones anunciadas por la administración Trump elevarán la tasa impositiva promedio sobre las importaciones estadounidenses del 2 por ciento a aproximadamente el 23 por ciento. Al incorporar este aumento al modelo de la Reserva Federal, se observa una reducción del producto interior bruto estadounidense cercana al 3 por ciento y un aumento de la inflación de casi el 2 por ciento. Esta combinación tóxica, que los economistas denominan estanflación, probablemente se desarrollará en un plazo de dos a tres años. Las exportaciones de Europa a Estados Unidos podrían caer un 20 por ciento; las de China podrían caer hasta un 90 por ciento, dependiendo de lo que ocurra con los aranceles sobre los teléfonos inteligentes y otros dispositivos electrónicos.
¿Sobrevivirá el modelo de negocio de Apple Inc. de “diseñado en California, hecho en China”? ¿Qué pasará con la cadena de suministro de Walmart Inc.? Supongo que lo averiguaremos.
¿Podría ser aún mayor el daño económico? Claro. La incertidumbre sobre la política comercial se ha disparado a un nivel récord. Si se mantiene así, con las empresas sin saber si los aranceles ya están establecidos o todavía están en veremos, se producirá una parálisis por indecisión que afectará tanto a la contratación como a la inversión. La mera intensidad del impacto (la mayor economía del mundo ataca al mismo tiempo a todos sus principales socios comerciales) aumenta la posibilidad de que surja algo inesperado. Una posibilidad es que se repitan los problemas inflacionarios que la pandemia generó en la cadena de suministro.
¿Podría ser menor? Sin duda. Ya hemos visto que los aranceles pueden revisarse a la baja o pausarse de un día para otro. Si eso vuelve a ocurrir, bien porque otros países hacen concesiones, los empresarios llaman por teléfono a la Casa Blanca, o bien porque los mercados financieros se desploman, el sufrimiento será menor.
Las empresas se las ingenian en este contexto; a juzgar por las cifras comerciales de Estados Unidos de los últimos meses, muchas han adelantado las importaciones anticipándose a los aumentos. Un exceso de inventario significa que los precios de algunos productos podrían inicialmente bajar en lugar de subir.
En medio de todo el revuelo, es importante reconocer que Trump tiene razón al decir que otros países están “estafando” a Estados Unidos. China, Europa y otros países imponen barreras a los productos estadounidenses que sus propios productos no enfrentan en el mercado estadounidense. Estas barreras son una de las razones por las que Estados Unidos tiene un enorme déficit comercial de bienes: un récord de 1.2 billones de dólares en 2024.
Los estudios económicos muestran que la apertura a las importaciones le ha costado al país decenas de empleos manufactureros y ha contribuido al estancamiento de los ingresos de la clase media. Peor aún, una gran parte del déficit, casi 300 mil millones de dólares, es con China, lo que favorece al principal rival geopolítico de Estados Unidos.
Desde esa perspectiva, no es Trump, sino los defensores del libre comercio quienes están equivocados, y las medidas para nivelar el campo de juego eran necesarias desde hace tiempo. La administración puede señalar algunas victorias tempranas, incluyendo una serie de anuncios de inversión en Estados Unidos por parte de Apple, Nvidia, Taiwan Semiconductor Manufacturing y otros. Si los sumamos, el total hasta ahora supera el billón de dólares. Además, China y Alemania han indicado que pretenden aumentar su gasto interno. Sus gobiernos no lo admitirían, pero esto responde a una exigencia histórica de Estados Unidos: comprar más, vender menos y reequilibrar el comercio.
Pero incluso si Trump tiene razón, las perspectivas de la relocalización de la manufactura no son más fáciles de predecir que el impacto de los aranceles en el crecimiento y la inflación. No es difícil encontrar motivos para el escepticismo. Para empezar, los salarios en Estados Unidos son mucho más altos que en China, México y otros centros manufactureros. La infraestructura sufre una subinversión crónica. Además, los aranceles de Trump, y las represalias de los países afectados, encarecerán el suministro de piezas y maquinaria vitales para los fabricantes estadounidenses.
Incluso con la llegada de nuevas fábricas, es posible que sean los robots, y no las personas, los que salgan ganando. Cabe advertir que en el comunicado de prensa de Apple de febrero, donde anuncia 500 mil millones de dólares en inversiones en Estados Unidos, también promete crear 20 mil empleos. Si hacemos los cálculos, nos encontramos con unos nada desdeñables 25 millones de dólares por cada nuevo empleado, ¡quién tuviera la suerte de conseguir ese trabajo! Los mercados también se muestran escépticos ante la posibilidad de que este sea el inicio de una verdadera tendencia. Al día siguiente de los recientes anuncios de inversión de Apple, Nvidia y otras empresas, los precios de las acciones se mantuvieron prácticamente inmóviles, lo que sugiere que los inversores no están percibiendo grandes cambios de estrategia, sino más bien una retórica alineada con las prioridades de Trump.
En Gravity’s Rainbow, los cohetes, que originalmente fueron diseñados para conquistar los cielos, se transforman en armas de guerra; el sueño de trascender es arrastrado de regreso a la Tierra por la gravedad del fracaso humano. Sin embargo, el arco del cohete también se puede ver como un arco iris, lo que sugiere que de la destrucción puede nacer un nuevo sueño.
El cohete del libre comercio que despegó en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, parte de una misión liderada por Estados Unidos para traer paz y prosperidad a una Europa devastada por la guerra, se ha estrellado de nuevo en la Tierra. Es posible que de los fragmentos rotos surja un nuevo paradigma, logrando un mejor equilibrio entre la eficiencia económica de las fronteras abiertas y la mayor equidad social y seguridad nacional que ofrecen las fronteras controladas.
Ese es el arco iris que Trump anhela. Como lo demostró el estrepitoso desplome de las bolsas mundiales tras su anuncio del “Día de la Liberación”, es difícil escapar de la fuerza de gravedad.
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