Madrid.- Las primeras agresiones arteras de Donald Trump como presidente han sido para debilitar a los aliados de Estados Unidos.
Aplazó por un mes la medida de cerrar el corredor económico más poderoso del mundo, que es la frontera de su país con México, y romper (eso significan los aranceles) el acuerdo de libre comercio que permite la compraventa de bienes por 800 mil millones de dólares al año con su vecino del sur.
Quiere matar ese dinamismo.
De México, China y Canadá (en ese orden), Estados Unidos compra 45 por ciento de sus importaciones, y le va a poner impuestos que causarán estragos en México, y va a encarecer esos productos a los estadounidenses.
La medida se aplazó 30 días, pero la amenaza sigue ahí.
¿Amigos? Desde luego que ese trato no es de socios ni es de aliados, sino de enemigos.
A Ucrania le cortó la ayuda de miles de millones de dólares a través de “los gusanos” de la USAID, y tuvo un gesto de imperdonable deferencia con la dictadura del usurpador venezolano Nicolás Maduro.
Contra sus aliados, contra las democracias, contra el libre comercio, contra la diversidad cultural… El libertario resultó un liberticida.
Qué bien lo midió este fin de semana el periodista y escritor Michael Lewis (autor de Moneyball) en una entrevista con El Mundo: “Más allá de la avalancha de órdenes ejecutivas, me parece que Trump aún no sabe qué quiere hacer exactamente. No le importa nada, excepto él mismo. No tiene ideología, sólo le importa él. No es Hitler, no tiene un plan”, como sí lo tenía el austriaco.
En el caso de México, lo suyo es racismo.
Trump ya encendió el fuego de la xenofobia que tantos años costó aplacar en ambos lados de la frontera.
Claudia Sheinbaum manejó bien esta primera embestida de Trump, pero la vulnerabilidad de México no se va a esfumar si se esconde bajo la alfombra para simular que no existe.
El país (gobierno, ciudadanos y empresas) ha sido tomado como rehén de Trump por el flanco de la herencia maldita de López Obrador. Hay que corregirlo y no pagar con inflación, estancamiento económico y persecución a los mexicanos en Estados Unidos.
Desde luego que se empoderó al narco con López Obrador. Los cárteles tuvieron un trato privilegiado, de respeto y tolerancia de parte del presidente de la República, como no lo tuvieron los ciudadanos que simplemente piensan distinto a él sobre el mejor camino al desarrollo.
No hay duda, sino un alud de pruebas, de la participación armada del narco para hacer ganar a Rubén Rocha Moya en Sinaloa.
La tolerancia que el presidente anterior tuvo hacia los cárteles de las drogas, porque los narcos “también son pueblo”, sirvió para encubrir a los enemigos del país.
Sí, claro que son pueblo, como también son “pueblo” los genocidas serbios, los grupos pronazis, los guardias blancas y los encapuchados del Ku Klux Klan. Eso no les quita su condición de criminales enemigos de la humanidad.
De ahí se tomó Trump para agredir a México.
Habría que exigirle pruebas de la complicidad de narco y gobierno. ¿Alguien dijo miedo?
Y ante la embestida contra México –porque el odio de Trump es hacia los mexicanos–, AMLO dejó un país dividido, enfrentado, en proceso de demolición de la democracia y del Estado de derecho.
Así, divididos, se perdió la mitad del territorio, hubo intervención armada de Estados Unidos y una expedición punitiva. Trump tiene en la baraja de opciones “no descartadas”, otra intervención militar. Y hay mexicanos –polarizados como nos dejó López Obrador–, que estarían de acuerdo con tal de dañar a la ‘4T’. Una locura.
Otra locura: el gobierno y su partido siguen empeñados en la ruta de aplastar los derechos y las garantías de los que piensan distinto.
Así México seguirá siendo vulnerable ante el hombre más poderoso del mundo, antimexicano, impulsivo e impredecible, y sin ningún compromiso con la legalidad internacional ni con los derechos humanos ni con la democracia.
Una puñalada le dio a los venezolanos, pues mandó a un emisario a acordar con Maduro que por favor reciba a los ciudadanos de ese país sudamericano, y a que les entregue a estadounidenses retenidos en Caracas.
A Maduro le brillaban los ojos de felicidad.
El enviado del gobierno de Trump, Richard Grenell, se fue feliz con cinco rehenes tras el acuerdo con Maduro.
¿Y los casi mil presos políticos que hay en las cárceles venezolanas por protestar y oponerse al dictador Maduro?
¿No se llevó a ninguno? ¿Ni uno solo?
En El Torocón, cárcel de máxima seguridad a 150 kilómetros al sur de Caracas, los presos políticos son víctimas de todo tipo de vejaciones, hasta las más humillantes.
Ni una palabra del enviado de Trump, que fue a entenderse con el criminal por cuya captura ofrece una recompensa millonaria, y que se robó las elecciones: la oposición presentó las actas, Maduro no.
Una orden de Trump dejó fuera del estatus de refugiados a 600 mil venezolanos en Estados Unidos, por lo que pasarán a ser ilegales –sujetos a detención y deportación–, una parte en abril y la otra parte en septiembre.
De regreso con Maduro. O a Guantánamo, donde irán presos 30 mil extranjeros sin papeles.
Fue un vergonzoso acto de reconocimiento y espaldarazo a Nicolás Maduro, el gran aliado de Irán en América.
En Medio Oriente, nada de paz. Limpieza étnica de palestinos en Gaza, convertidos en un pueblo de eternos refugiados en Egipto y Jordania.
Dos aliados de Estados Unidos agredidos por Trump en esa región que es un polvorín, donde tiene un enemigo declarado que posiblemente ya tenga la bomba atómica (Irán).
Y más terrorismo contra Estados Unidos, será la cosecha.
Dinamarca, un gran aliado en la OTAN, es atropellada por Trump porque le quiere arrebatar Groenlandia.
Lo que hace con su aliado, amigo y socio, Panamá, es una declaración de guerra.
A Ucrania le cerró la llave de la USAID, que en tres años de invasión rusa canalizó dos mil 600 millones de dólares en ayuda humanitaria, cinco mil millones en ayuda al desarrollo, y 30 mil millones de dólares en ayuda directa para reducir los efectos de la invasión.
Putin está feliz (aunque se cuida de no decirlo de manera muy ostensible) porque el presidente de Estados Unidos abandona a sus aliados. A los que él va a conquistar para restaurar, como lo ha dicho, el imperio que había en época de la Unión Soviética.
A Xi Jinping le sobrarán “nuevos amigos”, porque EU dejó de ayudarlos.
La guerra de Trump es una guerra contra la grandeza de Estados Unidos, aunque a él no le importe o no lo sepa, porque –como dice Michael Lewis– sólo presta atención a sí mismo.