Como la arquitectura brutalista, el presidente estadounidense es una especie de hombre de hormigón. En alguna ocasión, el rey Carlos III criticó estos diseños, llamándolos “montones de hormigón carente de gusto”. En esta arquitectura no hay adornos, acabados, ni color o materiales extras. Son especies de bunkers que han aglutinado significados políticos, sujetos a debates interminables.
El domingo pasado, la película The Brutalist, de Brady Corbet, fue una de las protagonistas en la entrega de los Oscar. Muchos no teníamos idea del significado arquitectónico de este estilo que surgió en Reino Unido durante la década de 1950, en respuesta a las necesidades de reconstrucción en la época de la posguerra.
Para muchos será coincidencia, y para otros no, que después de 80 años de haber concluido la Segunda Guerra Mundial, en pleno 2025, Donald Trump hable de escenarios catastrofistas y acuse a ciertos mandatarios de buscar activar una Tercera Guerra Mundial.
Eso sucedió el viernes pasado, cuando Volodímir Zelenski cayó en la trampa de Donald Trump. Entró al búnker más poderoso del mundo, la Oficina Oval, y fue sujeto a un proceso burdo de humillación para desacreditarlo como líder de un país cuya territorialidad y riqueza no solo la desea Rusia, ahora también Estados Unidos, al buscar acceso directo a los codiciados minerales que poseen.
El vicepresidente, JD Vance, otro de los que conforman las figuras de hormigón del gobierno de Trump, argumentó ante medios estadounidenses que alcanzar un acuerdo con Ucrania que le permita controlar sus minerales “es una garantía de seguridad mucho mejor que 20 mil tropas de un país cualquiera que no ha luchado en una guerra en 30 o 40 años”, asegurando que “la mejor garantía de seguridad es dar a los estadounidenses beneficios económicos en el futuro de Ucrania”. Este hecho se podría consumar en cualquier momento. Todo apunta a que Zelenski, a pesar de la humillación pública, se decantará por ceder ante las condiciones estadounidenses. Al parecer, las negociaciones están amarradas.
El poder extraterritorial que tanto busca Trump, como el presidente ruso Vladímir Putin, apunta a un país clave por su peso geopolítico. Quien logre involucrarse en el destino de Ucrania, tendrá inminente influencia en Europa. Esto permitirá mover la balanza hegemónica hacia un lado u otro. La hegemonía mundial está en disputa entre China, Estados Unidos y los anhelos de Rusia. Esperaremos la reacción de Putin, quien nunca se entendió con Joe Biden, y aunque aparentemente lo hacía con Trump, ahora que se entromete entre sus intereses, seguramente saldrá nuevamente a cazar.
La Unión Europea en bloque ha buscado ser el garante de ese equilibrio global, basado en políticas humanistas y democráticas. No quieren repetir los procesos de guerra.
No obstante, el objetivo entre Trump y Putin se ha enfocado en desestabilizar a ese bloque, ya sea por medio de la posesión de sus recursos y tierras, o bien, buscando imponer a figuras aliadas en puestos de gobierno, como acaba de ocurrir en Alemania, donde la extrema derecha logró avanzar de manera importante, apoyada por personajes como Elon Musk.
El eslogan “Make America Great Again”, cargado de una fina filosofía expansionista e impositiva, busca imponerse para controlar un territorio con un político a modo en Ucrania, por ello los excesos discursivos y acciones opresivas ante sus oponentes. Salirse con la suya es su deporte favorito, y al parecer, respecto a Zelenski, lo han logrado.
La tradicional diplomacia colisionó para convertirse en un show televisado, un nuevo producto de negociación y sometimiento; Zelenski sucumbió ante su propia profesión. El clímax de esa bochornosa reunión del viernes pasado fue cuando Trump lo acusó, en vivo, de buscar llevar al mundo a una Tercera Guerra Mundial, cuando en realidad eso se vería más claro si Estados Unidos se enemista con Rusia por un territorio, corazón de Europa del Este.
Mientras esto sucede en el frente territorial y expansionista, inició otra guerra, la arancelaria, donde el encarecimiento en cientos de productos a nivel global podría aumentar las desigualdades sociales y retroceder en el tiempo en desarrollo humano.
Sin lugar a dudas, esta es otra de las estrategias de Donald Trump de posicionarse en un mundo en disputa.