Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, anda con la chequera en la mano, listo para comprar lo que sea, claro, con el dinero de los estadounidenses, para su trascendencia en la historia.
Si sabemos leer correctamente a este personaje ya de por sí histórico, busca pasar a la historia como el presidente de los tiempos modernos que no solo fortaleció a su país económica, política y socialmente, sino también territorialmente.
Sus propuestas de comprar Canadá o, en las últimas fechas, su oferta a Dinamarca para comprar Groenlandia no son ideas sacadas de la manga o producto de la megalomanía funcional que demuestra el presidente estadounidense; son apuestas estratégicas que le permitirán competir en igualdad de circunstancias contra una China que algunos analistas ya consideran la primera potencia mundial.
La feroz negativa de Canadá para unirse a Trump y su país, sumada a las duras respuestas de los europeos en torno a la compra de la gran isla congelada, lo han hecho mirar hacia otro lado. Cuba se alza como un territorio apetitoso y que tendría ya un buen camino andado para cumplir con lo que Estados Unidos visualizó en el siglo XIX: anexar a la isla y de esta forma tener una presencia militar y productiva estratégica en el Atlántico, el Caribe y el Golfo de México.
La propuesta del presidente Donald Trump de reactivar la Bahía de Guantánamo para el envío de al menos 30 mil migrantes indocumentados que sean expulsados de su país tiene toda la intención de poner a Guantánamo sobre la mesa de la discusión y convertirse en el primer paso de lo que buscó Estados Unidos en 1840, cuando el presidente William Henry Harrison hizo la primera propuesta formal de comprar la isla.
En ese entonces, Estados Unidos y Cuba tenían una relación cercanísima. El 85 por ciento de la producción cubana, principalmente de caña de azúcar y otros productos agrícolas, iba directamente a los Estados Unidos y no a España, de la cual era colonia. Cuba, en ese entonces, veía un crecimiento exponencial; sus ciudades rivalizaban con las europeas e inició la construcción de una red ferroviaria que conectaba todo lo largo y ancho de la isla.
La historia cuenta que en febrero de 1898, la explosión, aún no aclarada, del USS Maine con la muerte de sus casi 300 tripulantes y que transitaba por las aguas territoriales cubanas, desencadenó la guerra hispano-estadounidense. Bastaron tres meses de confrontación para que España perdiera Guam, Filipinas, Puerto Rico y Cuba, las cuales pasaron a manos de los Estados Unidos.
Sin embargo, la manutención de Cuba significaba una erogación de al menos 500 mil dólares mensuales, lo que resultaba altamente oneroso para las finanzas estadounidenses golpeadas por la guerra contra España.
De esa forma, el senador Orville Platt propuso una enmienda que reformó el gasto militar, “soltó”, con condiciones, la independencia de Cuba, pero se quedó con derecho de establecer posiciones militares. En 1903, Estados Unidos firmó con Cuba un acuerdo para establecerse en la Bahía de Guantánamo para instalar una base militar y una estación de carbón.
La enmienda Platt reconoce hasta nuestros días la soberanía de Cuba, pero obliga a ceder el usufructo de Guantánamo a los Estados Unidos a cambio del pago de una renta anual “ad perpetuam” por dos mil dólares en oro. En 1934, la renta subió a cuatro mil 50 dólares anuales en oro y se incluyó una cláusula de terminación de contrato de renta por acuerdo mutuo o por abandono de la bahía, lo cual nunca sucedió.
Luego vino la revolución cubana que ganó Fidel Castro en 1959, antiguo aliado de Estados Unidos para lograr la anexión de la isla, pero que al final sucumbió a la tentación de ser líder de esas tierras bajo el lema de lograr la independencia de Cuba para los cubanos. Aún con el bloqueo económico en contra de Castro, luego del rompimiento de relaciones en 1961 y la terrible Guerra Fría que llegó a su punto máximo con la crisis de los misiles, Estados Unidos se ha mantenido firme en su posición al sur de la isla.
Guantánamo ha sido centro de detenciones, cárcel de inmigrantes indocumentados que son atrapados en altamar; inclusive fueron detenidos en Guantánamo terroristas de Al Qaeda. Esa bahía es hoy una ventana de Estados Unidos dentro de la isla de Cuba porque es autosuficiente en la producción de energía eléctrica y agua potable desalinizada del mar. En Guantánamo está prohibido el turismo o cualquier tipo de visitas, pero los integrantes de las fuerzas armadas estadounidenses y sus familias relatan que es un lugar verdaderamente hermoso, aderezado con todas las comodidades estadounidenses: tienen un campo de golf, restaurantes de comida rápida como pizzas, hamburguesas, cafeterías y hasta tacos.
Las crónicas hablan de bares, centros comerciales, oficina postal, estaciones de radio y todo tipo de servicios religiosos, y no podían faltar dos colegios para los hijos del personal en servicio. Llevar migrantes indocumentados a Guantánamo, cuando los pueden dejar al sur de la frontera con México, es solo un pretexto de Trump para retomar la compra, anexión, adquisición o conquista de Cuba.
Tener ese territorio le daría solidez a su propuesta de tener acceso a las más grandes reservas naturales y de petróleo, mantener vigilancia militar en los alrededores, liberar a un pueblo de la pobreza y el yugo de la dictadura y hasta justificar el cambio del nombre de Golfo de México.
Sin duda, Trump lo ve como un ganar-ganar.