A estas alturas, resulta muy difícil disociar la imagen de Donald Trump de la figura de Elon Musk, el multimillonario que aportó carretadas de dinero a su campaña y que gracias a eso obtuvo el cargo de director de “eficiencia gubernamental”.
Musk es un inmejorable ejemplo de lo que significa el trumpismo: genera grandes expectativas que nunca se cumplirán porque, sencillamente, no tienen asidero en la realidad.
Elon Musk es un globo que se desinfla con la misma velocidad que tuvo en su ascenso.
En The New York Times, Mihir A. Desai, profesor de derecho en la Universidad de Harvard, recordó recientemente que las acciones de Tesla, la empresa insignia de Musk, han caído 40%, con lo que han perdido prácticamente todo lo ganado tras el triunfo electoral de su amigo Trump en 2024. El profesor Desai explica por qué el amigo de Trump es simplemente un vendedor de humo.
La clave en el éxito de Musk reside, explica el profesor de Harvard, en que domina un truco. “Su estatus mesiánico, nacido de la explosión de las redes sociales, creó un poderoso ciclo de rendimientos extraordinarios en sus empresas que lleva a los inversores a proporcionarle más capital y más barato para diversificar su imperio que, a su vez, atrae a más inversores temerosos de perderse la oportunidad… basta mencionar una nueva ambición para incitarlos a comprar aún más. Y cuanto mayor sea la ambición declarada, más riqueza y poder le darán. Así que, ¿por qué no intentarlo con Marte?”
El profesor hace un recuento de los negocios acertados y fallidos de Musk, de sus apuestas innovadoras, pero también de los riesgos que entraña ser un hombre-espectáculo del mundo financiero (al igual que el presidente Trump). Por ello advierte: “Si los mercados financieros pueden fabricar riqueza y poder, con la misma facilidad pueden desmantelar ambos”.
Un repaso de los titulares del 11 de marzo nos coloca frente a la cruda realidad de los daños que el espíritu destructor de Trump y los suyos están ya causando.
“Trump tira mercados”, “Bandazos de Trump tiran bolsas”, “Temor a recesión”, “La amenaza de aranceles tira mercados”.
Los medios de México y el mundo dieron cuenta de los efectos concretos de las amenazas de Trump, algunas ya cumplidas en la forma de aranceles.
Según EL FINANCIERO, el Nasdaq registró su peor jornada desde 2022, y lo ocurrido en Nueva York tuvo repercusiones en México y otras partes del mundo.
Las respuestas a las tarifas trumpianas también alimentaron el enrarecido panorama. La provincia de Ontario, Canadá, incrementó en 25% el costo de la electricidad que envía a Michigan, Minnesota y Nueva York, como respuesta a las agresivas imposiciones arancelarias.
El irascible presidente de Estados Unidos respondió con aranceles al acero y aluminio canadienses al 50% y las amenazas de sanciones al sector automotriz si Canadá no elimina tarifas a los lácteos. Y, claro, insistió en que Canadá debe convertirse en un estado más de su país.
Trump hace campaña permanente con un lema que alude a la “grandeza” de EU, al tiempo que echa a andar políticas desarticuladas, incoherentes, contradictorias, que quizá no sólo reflejan su inestable carácter, sino también las contradicciones de las élites estadounidenses.
En esa ruta, y por increíble que parezca, no sólo daña al mundo entero, a sus socios comerciales y a los consumidores de EU, sino también a los megamillonarios que lo llevaron a la presidencia.
Cada vez que pensemos que no puede tomar una decisión más disparatada, lo más probable es que lo haga. Así que, como dijo la presidenta Claudia Sheinbaum, tendremos que seguir invocando al personaje de historieta que nos enseñó aquello de “serenidad y paciencia”.