Qué tiempos estos de la 4T en los que el gobierno de Claudia Sheinbaum habla de lograr la justicia económica y una sociedad más humana, para toparse con la hostilidad de Trump, quien alardea con lo que podría venírsele encima al país, si llegara a cumplir sus amenazas; lo mismo habla de bloqueos comerciales que causarían carestías y desempleo, de deportaciones que infligen sufrimiento humano y lo que ya es un hecho es un espionaje descarado de nuestra Península de Baja California; Washington propuso adquirirla durante el siglo XIX, aunque tales vuelos parecen preparatorios de intervenciones unilaterales, no para “aniquilar” sino para someter a los cárteles al control de Estados Unidos.
Qué tiempos estos en los que en cuestión de semanas el mundo ha quedado confundido, desorientado ante el desplazamiento de la ilusión globalista que todo lo cifra en un mercado libre -inexistente en la realidad-, por la igualmente ilusoria -y más terrible en sus consecuencias- de volver a hacer grande a Estados Unidos a costa del resto del mundo.
Estamos ante un divorcio de aquella historia que en México empezó a escribirse durante el gobierno de Carlos Salinas sobre la premisa de que el único destino posible de México era la plena integración de nuestra economía a la estadounidense.
El propio López Obrador lo reconoció así y Sheinbaum así lo entiende. Sin embargo, las nuevas maneras de vincularnos que impone el “socio” del norte restan -no agregan- capacidades para superar los rezagos del país en el rumbo del cambio propuesto por el gobierno de México.
Nos encontramos no solamente ante las imposiciones derechistas del poderoso vecino, sino ante los rezagos históricos que tipifican el subdesarrollo de México, mismos que han sido desatendidos durante décadas y nos hacen ser una nación dependiente en aspectos cruciales, como el alimentario, industrial, energético y financiero.
Nuestro subdesarrollo es bipolar en el ámbito rural, en el que coexisten bastiones de alta eficiencia e ingreso frente al 85 por ciento de las unidades de producción agropecuaria que son pequeñas y en su mayoría carentes de agua; éstas también son eficientes si se considera la pobreza de sus recursos, a los que les sacan el mayor provecho posible, aunque insuficiente para que sean competitivas en los mercados; por eso debemos importar, en promedio, un 45 por ciento de lo que comemos (dependencia excesiva en alimentos) y proporciones aún mayores en trigo, arroz, oleaginosas y otros básicos.
La planta industrial de capital nacional es dependiente de la tecnología importada porque hasta ahora, con la presidenta Sheinbaum, no se había hecho del subdesarrollo en ciencia y tecnología un tema central de política pública; el desarrollo no se da por arte de magia, sino con base en inversiones reales a fines productivos y con la incorporación de nuevas tecnologías.
Con excepciones, la planta propiamente nacional no tiene la capacidad tecnológica e innovativa que la haga internacionalmente competitiva; a pesar de ello y ante la falta de apoyo de un mercado interno amplio, hace 40 años se optó por la industrialización inducida por las exportaciones, estrategia que recayó en las corporaciones transnacionales (armadoras de automóviles y maquiladoras, principalmente).
Nuestro desarrollo rural e industrial, en vez de generar innovación competitiva, ha dado lugar a una coalición de intereses oligárquicos que han encontrado la manera de enriquecerse sin correr los riesgos que suponen las grandes inversiones en bienes de capital y en desarrollo tecnológico propio.
En materia energética nos convertimos en una nación fuertemente dependiente durante las últimas décadas, al grado de que nuestro gobierno no tendría para dónde hacerse por inaceptables que llegaran a ser las exigencias de Washington; si el señor Trump decretara (así gobierna) la suspensión de exportaciones de gas texano a México o de gasolinas y en menos de una semana, México se quedaría con escasísima energía eléctrica y la planta productiva quedaría detenida.
México también es profundamente dependiente de la banca extranjera en el manejo del propio ahorro nacional y su manejo financiero.
Con todo, la mayor debilidad de nuestro país son las abismales desigualdades internas que generan tensiones y violencia social, con un orden constitucional contrahecho y un sistema judicial que mal sirve a la justicia.
Las estrategias de desarrollo seguidas durante décadas no hicieron hincapié en un desarrollo económico y social integrado; orientar el desarrollo en ese sentido es la promesa de la presidenta Sheinbaum, aunque las dificultades de adaptarse a la vecindad norteamericana en su conflicto de fondo, que es la pérdida de su hegemonía ante China, serán, esas sí, históricas.