Donald Trump inició su segundo mandato con un ritmo tan vertiginoso que resulta difícil seguir el rastro de sus acciones y medidas. Todo apunta a una estrategia deliberada para abrumar y proyectar la imagen de que está cumpliendo sus promesas. Sin embargo, en medio de la vorágine, se pierde de vista que no todo marcha según sus planes e incluso ha tenido que retroceder en algunas decisiones.
Esta semana, su gobierno tuvo que cancelar la orden de congelar los fondos federales destinados a miles de programas sociales. Aunque un juez federal suspendió la medida, fue la presión de los beneficiarios lo que llevó al gobierno a dar marcha atrás. Días antes, otro juez había bloqueado temporalmente la orden ejecutiva que buscaba eliminar la ciudadanía por nacimiento, calificándola de “descaradamente inconstitucional”. Además, las críticas a Matt Gaetz y Chad Chronister, propuestos para dirigir la Fiscalía General y la DEA, respectivamente, también llevaron a que se retiraran, frustrando los planes del presidente ante el temor de que incluso algunos senadores republicanos no respaldaran sus nominaciones.
A pesar del contundente triunfo electoral de Donald Trump, en Estados Unidos los pesos y contrapesos todavía funcionan. Existe una pluralidad de centros de poder y una sociedad civil organizada, activa en todos los ámbitos del gobierno. Es cierto que eso no impidió su victoria ni significa que sus planes no pongan en riesgo la democracia. Sin embargo, al menos en este momento, ni siquiera todos los republicanos en el Congreso se alinean automáticamente con él, el Poder Judicial puede bloquear sus iniciativas y la sociedad sabe ejercer presión efectiva cuando se afectan sus intereses. En resumidas cuentas, en nuestro vecino del norte, las dinámicas y los mecanismos democráticos aún logran contener algunos de los más flagrantes abusos de poder.
En México, se habla de una presidencia imperial, pues el triunfo de Claudia Sheinbaum, aunado a las supermayorías que tiene en el Congreso y a la reconfiguración del Poder Judicial, le otorgan un poder casi absoluto. Sin embargo, cuando aún era candidata, Sheinbaum no logró imponer a Omar García Harfuch como jefe de gobierno de la Ciudad de México, y ya en la presidencia no consiguió que Rosario Piedra dejara la titularidad de la CNDH. La forma en que ha calibrado sus respuestas al presidente Trump, distanciándose de sus primeras reacciones más frontales en la mañanera, también demuestra que está contenida en ese frente. Más recientemente, nos hemos enterado de que la nueva legislación secundaria para el sector eléctrico es menos restrictiva para la iniciativa privada que la que López Obrador promovió. No parece un desacuerdo ideológico, pues en ese y otros temas comparten una visión similar. Más bien, es un ajuste pragmático ante la necesidad de crecer en un contexto de fragilidad fiscal y amenazas económicas.
Las limitaciones para la presidenta Sheinbaum no son las mismas que las que enfrenta Trump. El control de los flujos migratorios, los decomisos de fentanilo y las señales sobre importaciones e inversiones chinas responden a prioridades dictadas desde el otro lado de la frontera. Además, la precariedad de las finanzas públicas y la urgente necesidad de atraer inversión privada, la alejan de las posiciones ideológicas de izquierda a las gravitaría naturalmente. En sentido contrario, enfrenta la presión de los grupos más radicales de su coalición, lo que necesariamente le exigirá hacerles concesiones para mantener su apoyo. Queda por ver cómo equilibrará el pragmatismo económico con las demandas de estos sectores, pero lo cierto es que estas tensiones de por sí delimitan su margen de acción.
Durante el sexenio pasado, en México aún vimos a una oposición con cierto peso en el Congreso y a jueces que se atrevían a contradecir al Ejecutivo. Sin embargo, también fuimos testigos de la facilidad con que el presidente desmanteló apoyos esenciales: eliminó recursos para guarderías y refugios de mujeres, canceló el Seguro Popular y extinguió fideicomisos para ciencia y tecnología. Aguantó los reclamos del momento y siguió adelante como si nada. Hoy, con una oposición debilitada en el Legislativo y un Poder Judicial en ruinas, los contrapesos institucionales están prácticamente desmantelados. La sociedad civil, aturdida y desgastada tras la derrota en sus causas, sigue sacudida y sin fuerza para movilizarse.
Así que, al igual que el de Trump, el inmenso poder que tiene Sheinbaum no es absoluto. Sin embargo, las limitaciones que enfrenta la presidenta son coyunturales y podrían cambiar en cualquier momento. En contraste, en Estados Unidos, pese a la arrolladora victoria de Trump y su resorte autoritario, los contrapesos institucionales y una sociedad civil organizada y combativa aún operan, lo que dificulta más el ejercicio arbitrario del poder.